Uno podría esperar que, a priori, una película de venganza femenina no debiera ser mala, y que, por sencillo que sea su argumento, el hilo conceptual per se tendría una fuerza cinematográfica capaz de vencer eventuales defectos e imperfecciones. Pero este caso es la prueba tangible de que un género que da maravillas como Kill Bill es, por regla general, un terreno en el que abundan las bazofias, y que incluso una co-producción francesa-estadounidense se llena de convencionalismos y lugares comunes.
Así tenemos a la niña a la que le matan los padres y que, ya desde chica, se plantea convertirse en una máquina implacable de matar. Quince años después, entrenada por su tío, se vuelve más rápida de mente y de reflejos que todo el FBI junto y, como no podía ser de otra manera, los malos malísimos le vuelven a jugar la mala pasada de matarle a los parientes que le quedaban con vida. Todo está dentro de lo previsible y no hay sorpresa alguna en el planteo. Sabemos que la chica se desempeñará eficazmente en su venganza, con el agente especial del FBI pisándole los talones y armando operativos de los que ella escapará siempre, justo en el último segundo. Hasta los planos están resueltos de forma rutinaria. Vemos a un hombre equipado y armado con una ametralladora, buscando desesperadamente a la protagonista, en una amplia habitación, para exterminarla: plano giratorio y cercano del rostro del tipo, hasta que vemos que la chica, salida de la nada, le está apuntando con su pistola en la sien. Desde que empieza el plano sabemos como va a terminar, y esto ocurre cerca de una treintena de veces en el filme; las escenas de acción serían interesantes si no las hubiéramos visto hasta el hartazgo.
Luc Besson (El quinto elemento, Juana de Arco) y su habitual guionista Robert Mark Kamen desde hace rato que vienen firmando baratijas y aquí escribieron juntos el guión. Pero la pereza del planteo y la pobreza general de ideas llegan a puntos que molestan un poco. Bogotá es mostrada como una ciudad situada en medio de la jungla, iluminada por un sol agobiante. Pero como demuestra cualquier libro de geografía elemental, se encuentra sobre una meseta rodeada de montañas, y su clima es fresco y nuboso, sin nada de tropical. Esta supuesta “Bogotá” es en realidad México DF, con sus grandes extensiones de construcciones precarias color arena. No es la clase de viviendas que puede verse en Bogotá, en general más moderna y poblada de grandes edificios. Todo este comienzo le da a la película un aire de acción tipo El mariachi, con esos narcos malísimos, violentos y traicioneros que se agarran a los tiros en las insalubres y necesitadas calles. Ya estamos acostumbrados a que las ciudades latinoamericanas sean transformadas en villas criminales por el cine dominante –recordar al Uruguay presentado en la tristemente célebre Submerged, con Steven Seagal- y esto no sirve más que para reafirmar la falsa idea de que en Sudamérica campea la miseria y la violencia, y que aquí abajo se viven climas perpetuamente irrespirables.
Publicado en Brecha 2/12/2011
Así tenemos a la niña a la que le matan los padres y que, ya desde chica, se plantea convertirse en una máquina implacable de matar. Quince años después, entrenada por su tío, se vuelve más rápida de mente y de reflejos que todo el FBI junto y, como no podía ser de otra manera, los malos malísimos le vuelven a jugar la mala pasada de matarle a los parientes que le quedaban con vida. Todo está dentro de lo previsible y no hay sorpresa alguna en el planteo. Sabemos que la chica se desempeñará eficazmente en su venganza, con el agente especial del FBI pisándole los talones y armando operativos de los que ella escapará siempre, justo en el último segundo. Hasta los planos están resueltos de forma rutinaria. Vemos a un hombre equipado y armado con una ametralladora, buscando desesperadamente a la protagonista, en una amplia habitación, para exterminarla: plano giratorio y cercano del rostro del tipo, hasta que vemos que la chica, salida de la nada, le está apuntando con su pistola en la sien. Desde que empieza el plano sabemos como va a terminar, y esto ocurre cerca de una treintena de veces en el filme; las escenas de acción serían interesantes si no las hubiéramos visto hasta el hartazgo.
Luc Besson (El quinto elemento, Juana de Arco) y su habitual guionista Robert Mark Kamen desde hace rato que vienen firmando baratijas y aquí escribieron juntos el guión. Pero la pereza del planteo y la pobreza general de ideas llegan a puntos que molestan un poco. Bogotá es mostrada como una ciudad situada en medio de la jungla, iluminada por un sol agobiante. Pero como demuestra cualquier libro de geografía elemental, se encuentra sobre una meseta rodeada de montañas, y su clima es fresco y nuboso, sin nada de tropical. Esta supuesta “Bogotá” es en realidad México DF, con sus grandes extensiones de construcciones precarias color arena. No es la clase de viviendas que puede verse en Bogotá, en general más moderna y poblada de grandes edificios. Todo este comienzo le da a la película un aire de acción tipo El mariachi, con esos narcos malísimos, violentos y traicioneros que se agarran a los tiros en las insalubres y necesitadas calles. Ya estamos acostumbrados a que las ciudades latinoamericanas sean transformadas en villas criminales por el cine dominante –recordar al Uruguay presentado en la tristemente célebre Submerged, con Steven Seagal- y esto no sirve más que para reafirmar la falsa idea de que en Sudamérica campea la miseria y la violencia, y que aquí abajo se viven climas perpetuamente irrespirables.
Publicado en Brecha 2/12/2011
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