El mal a combatir
Esta película relata parte de la experiencia real vivida por Jérémie Elkaïm y Valérie Donzelli, a cuyo hijo le fue diagnosticado un tumor cerebral maligno. El guión fue escrito en conjunto por ambos y, curiosamente, también ellos mismos son los actores principales. Por si caben dudas sobre la honestidad y el conocimiento de causa volcado en esta película, ella (Donzelli) también es la directora y expuso aquí su combate, el esfuerzo denodado que debió iniciar junto a su pareja para combatir ese mal.
Teniendo en cuenta esta premisa, podría suponerse que esta película es un drama lacrimógeno y sufriente, pero lo cierto es que si bien no se oculta el dramatismo de la situación, el énfasis está puesto en otros sitios. Y el enfoque de Donzelli es sumamente original: esta "declaración de guerra" a la enfermedad supone un hacer acopio de herramientas, administrar las baterías, unificar fuerzas con un objetivo común. En este dolorosísimo proceso los personajes bromean, sonríen, beben y hasta van a fiestas. Explotan su necesidad de esparcimiento y buscan la catarsis como contrapartida necesaria a ese trago amargo que les toca vivir. La película profundiza en esos momentos de euforia, así como en una relación que parece tambalear debido a la tragedia, en el amor que es puesto a prueba y en impensables fuerzas interiores que surgen y llevan a consolidar la resistencia. Mediante la cambiante música, de clásica a electrónica, de Vivaldi a Yuksek, desde los cálidos compases de Luiz Bonfá al ludicismo groove de Ennio Morricone, se plasma una nutrida amalgama de sensaciones, una dinámica y honesta vía de dar cuentas de que las películas no suelen ser veraces a la hora de hablar de lo que ocurre en esta clase de situaciones.
De todos modos, hay ciertos elementos que hacen un poco de ruido. La referencia y la comparación con la guerra de Irak no viene mucho a cuento y no parece sostenerse. Como eso, los nombres de los personajes (Romeo, Julieta y Adán) suenan a referencia literaria fácil y no está muy justificada. Como tanto cine francés reciente se cae un poco en el autobombo, en ese alarde de tolerancia regional, de su gente y su apertura mental -ver la fiesta con "besos" libres- así como de la presteza y efectividad de su sistema de salud -las eventuales quejas que tienen los personajes son, desde una perspectiva tercermundista, irrisorias- y de la grandeza de los personajes al enfrentarse a un tema tan difícil, en una honrosa actitud de anteponer la comprensión y el amor al egoísmo. Se echaría un poco en falta mayor autocrítica, quizá mayores fisuras en la pareja y en sus respectivas familias. Algún indicio de que el "mal" no sólo proviene de factores externos y fortuitos.
Publicado en Brecha el 2/4/2012
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