Desde
el llano y con altura
El cine
documental se encuentra en
un momento de auge
a nivel mundial. El
abaratamiento de los costos
de rodaje lo han
vuelto un terreno sumamente
transitado por jóvenes y
cineastas primerizos, y en
los últimos años su
existencia se ha
multiplicado hasta niveles
impensables. Uruguay no es
la excepción a esta
tendencia mundial.
Las razones para explicar
el fenómeno son muchas, y probablemente también sean insuficientes:
el aumento de los incentivos y los fondos públicos, la
profesionalización del sector -afirmado con la existencia de varios
institutos formativos locales-, la presencia creciente en festivales
de todo el mundo, los cambios y los abaratamientos tecnológicos, la
disponibilidad de fondos internacionales específicos. También, y
nada menor, la influencia de las redes sociales y su capacidad de
establecer contactos a distancia entre los diversos especialistas y
técnicos dedicados al rubro. Pero de todos modos es imposible
establecer las verdaderas razones para un estallido de creatividad
localizada como el que se ha dado a nivel documental en nuestro país
a partir de los años 2007-2008, y que parecería continuarse hasta
el día de hoy.
Es en torno a esos dos
años que puede verse con claridad el boom, no sólo respecto a la
indiscutible calidad sino también en cuanto a la cantidad. Sólo
hace falta dar un vistazo por la lista de las películas estrenadas:
La sociedad de la
nieve (Gonzalo Arijón, 2007), Decile a
Mario que no vuelva
(Mario Handler, 2007), Hit (Claudia Abend, Adriana Loeff,
2008), D.F. Destino final
(Mateo Gutiérrez, 2008), Siete instantes
(Diana Cardozo, 2008), Cachila (Sebastián Bednarik, 2008), El
círculo (José Pedro Charlo, Aldo Garay, 2008).
Hit marca un antes
y un después en el documental uruguayo. Con un lineamiento amplio y
abarcador, con figuras representativas de la canción uruguaya (desde
La vela puerca, -cuyos aportes, vale decir, son prácticamente nulos-
a Aníbal Sampayo, pasando por Rumbo, Fernando Cabrera, Urbano Moraes
y un largo etcétera) que pudieran interesarle a un público variado,
y dotada de una estructura dinámica y atractiva, logró dársele un
perfil joven a una propuesta documental sólida. Gracias a un
acertado trabajo de difusión el documental logró posicionarse en la
vía pública, y de alguna manera ese Hit marcó un
precedente y prefiguró el taquillazo popular del que hoy goza 3
millones. Quizá en su momento la crítica no le
correspondió como lo merecía y la película, vista hoy en
perspectiva, es meritoria en haber logrado extraerle opiniones y
sentimientos, poco antes de su muerte, a Sampayo -en un notable tramo
inicial en el cual el equipo viaja a su pueblo- a Horacio Buscaglia,
al Canario Luna. Y un loable acierto fue hacerle a los entrevistados
una pregunta imposible de contestar: "¿Qué debe de tener una
canción para volverse un hit?" para poder así captarlos en la
duda, en la reflexión, en esos momentos en que las fachadas se
rompen y surge la introspección. Los músicos como seres humanos, y
cine con mayúsculas.
En
una temática totalmente distinta, Decile a Mario que no
vuelva no es menos meritoria y aportó reportajes inolvidables,
entre los que se cuentan algunos testimonios terribles y temerarios,
como el del mismísmo "Pajarito" Silveira contando muy
suelto de cuerpo su vida como torturador y carcelero o los de algunos
presos de larga data como Yessie Macchi o Mauricio Rosencof. Y qué
podría ser más conmovedor y cinematográfico que el descarnado
testimonio de Fernando Frontán, llorando frente a cámaras,
increpando al destino por al daño atroz que los militares
perpetraron a nivel mental y cultural a un país entero.
El pasado reciente y más
concretamente la dictadura es un tema extremadamente recurrido por
los documentales uruguayos de hoy, algo que sin embargo no se ha
extrapolado a la ficción, o al menos no al nivel esperable. Por el
momento ningún abordaje cinematográfico a la época supera a la
brillante 7 instantes,
seguramente el mejor cuadro expositivo de lo que fue el movimiento
armado MLN Tupamaros; una serie de despojados testimonios, abordados
sin los obstáculos de la heroicidad o la condena.
Si
la dictadura ha sido el tema más visitado en los documentales
recientes -con más de una decena de ejemplos-, Henry Engler debe ser
entonces el personaje que más ha rendido. Y si El círculo
es una de las mejores películas de esta camada es sobre todo porque
Engler es un personaje poliédrico como pocos, adorable y brillante,
llano y genial, inverosímil en su zigzagueante devenir vital. El
círculo confirmó una vez más
a Aldo Garay (Mi gringa, retrato inconcluso,
Yo, la más tremendo,
El casamiento) como
uno de los documentalistas uruguayos del momento, ante todo por su
acierto en saber dar con personajes llamativos e inmensos y por el
cariño, la templanza y la atención con la que los enfoca (ya sean
marginales, travestis, boxeadores evangelistas o científicos
exguerrilleros).
Y si cabe hablar de otro gran documentalista al mismo nivel, y también de alguien que parece atravesar por un gran momento, es de Sebastián Bednarik (La Matinée, Cachila, Mundialito) un cineasta que ha sabido trasladar a una audiencia ajena a la mismísima "cocina" de una murga o de una comparsa, de modo que viva su energía interna, su funcionamiento intrínseco, que conozca de cerca sus personajes, su relevancia y su historia. Mundialito es otro impagable abordaje al período de la dictadura y expone una premisa particularmente llamativa: ¿Cómo es posible que un triunfo uruguayo en un campeonato de nivel mundial haya sido eficazmente borrado de la memoria colectiva, de los anales de la historia futbolística, del imaginario social? ¿Cuánto peso puede tener la culpa y la vergüenza de haber vivido una victoria promovida desde el poder militar?
Y si cabe hablar de otro gran documentalista al mismo nivel, y también de alguien que parece atravesar por un gran momento, es de Sebastián Bednarik (La Matinée, Cachila, Mundialito) un cineasta que ha sabido trasladar a una audiencia ajena a la mismísima "cocina" de una murga o de una comparsa, de modo que viva su energía interna, su funcionamiento intrínseco, que conozca de cerca sus personajes, su relevancia y su historia. Mundialito es otro impagable abordaje al período de la dictadura y expone una premisa particularmente llamativa: ¿Cómo es posible que un triunfo uruguayo en un campeonato de nivel mundial haya sido eficazmente borrado de la memoria colectiva, de los anales de la historia futbolística, del imaginario social? ¿Cuánto peso puede tener la culpa y la vergüenza de haber vivido una victoria promovida desde el poder militar?
Vistos
todos estos extraordinarios ejemplos y alguno más, puede afirmarse
que el futuro próximo del documental nacional se augura prolífico
-hay cerca de una decena de películas en puerta, en las etapas
finales de la posproducción- y cualitativamente notable. Lo que más
bien escasean son las correspondientes ventanas de exhibición que
puedan hacerles justicia -este cronista no pudo acceder a
documentales recientes de escasa difusión como Pasto
(2008) o Exiliados
(2011)- para procurarle un mínimo de réditos a sus esforzados
realizadores, para que el público uruguayo pueda entrar en
conocimiento de su existencia y que finalmente pueda acceder a ellos.
Publicado en El Boulevard, en julio de 2012.
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