sábado, 16 de febrero de 2013

Abrir puertas y ventanas (Milagros Mumenthäler, 2012)

La frustración hecha carne



Hay mucha rabia en el cine argentino reciente. O al menos un puñado de nuevos cineastas que están imponiéndose con películas poderosas y viscerales, de una constante violencia soterrada; la clase de cine que duele pero que al mismo tiempo no se puede dejar de mirar. Pablo Fendrik y su cuadro urbano en La sangre brota aportaban una mirada sin precedentes sobre la peor idiosincrasia bonaerense imaginable y, si hablamos de rabia, ningún ejemplo podría ser mejor que, valga la redundancia, La rabia, de la hija de desaparecidos Albertina Carri. Allí se planteaba el cuadro rural de una familia que bordeaba el salvajismo, en la árida pampa argentina. En cualquiera de los dos casos, las propuestas realistas y cierto acierto en exponer situaciones reconocibles y lamentablemente humanas, convierten a ambas películas en dos de las más importantes concebidas en el vecino país en los últimos años.

En esta tendencia podría inscribirse esta película, ópera prima de Milagros Mumenthäler. El planteo es inmersivo, abrupto. La clase de propuestas que nos llevan al medio de la acción sin presentar a los personajes y sus vínculos, sin dar conocimiento de historias previas. Buena parte de la gracia está en ir descubriendo, paulatinamente y a medida que transcurre el metraje, la naturaleza de estas relaciones, las particularidades del grupo humano, los secretos que subyacen. Está claro que en una película de estas características la labor activa del espectador, estimulada desde el comienzo, es fundamental. Por esto, quizá sea conveniente que quien no la haya visto deje de leer esta reseña.

Las tres protagonistas bordean los veinte años, y en su comportamiento cotidiano, en los tratos, en las constantes desavenencias, fricciones, broncas y malas leches, pueden intuirse inmensas frustraciones y un estado de vulnerabilidad muy particular. La incomodidad se impone no sólo por el clima de tensión que se respira en esa casa, sino por todo lo que hay oculto, los tabúes que no pueden invocarse y que solo son sugeridos parcialmente, en palabras aisladas, en pequeños gestos -las tres actrices están formidables-. Las dimensiones de la casa -que nunca llegamos a ver completa-, la dirección de arte, la puesta en escena habla de ausencias determinantes, hay objetos que no pueden pertenecer a las chicas: un tocadiscos, muebles viejos.


A medida que transcurre la película comprenderemos que las tres son hermanas y que se encuentran en un período de duelo, que su abuela vivía en la casa y murió hace poco y que, a pesar de una convivencia enfermiza, existe una gran interdependencia. De los padres nada concreto puede saberse, salvo que están perfectamente omitidos del cuadro -la posibilidad de que sean hijas de desaparecidos debe descartarse, ya que sus edades no se condicen con tal hipótesis, aunque cierto es que este hecho no impide una válida equiparación-. Con absoluta seguridad, la directora-guionista impone un abordaje psicológico tan profundo como enigmático a tres formas distintas de afrontar la pérdida, así como un recorrido a través de una progresión de descargas y catarsis que puede conducir a nuevas formas de territorialidad y de relaciones de poder, a la maduración y a la final superación de los lastres pasados; el tocar fondo muchas veces obliga a salir del pozo, con la mirada puesta en el porvenir.

Publicado en Brecha el 15/2/2013 

2 comentarios:

Mara Miniver dijo...

Bueno, me he leído la reseña por encima, porque no la he visto y según leo es mejor ir descubriendo el asunto por uno mismo. Promete, así que espero verla pronto y volver con los deberes hechos ;)

Un saludo

Diego Faraone dijo...

:) Síii creo yo que no te arrepentirás. Decime entonces. Va un abrazo!