Aterradoramente cercana
Hace poco comentaba la primera temporada de esta serie de la BBC, una crítica impactante a las nuevas tecnologías de la comunicación, y su simbiosis con la vida cotidiana. El periodista Charlie Brooker, su creador, en tan sólo tres capítulos independientes planteaba ficciones que daban cuenta del alcance y los peligros de los cambios sociales recientes, con la premisa de “si la tecnología es una droga –y se siente como una droga– entonces, ¿cuáles serían sus efectos secundarios?”. Cada fragmento, opresivo y al borde de lo pesadillesco –sobre todo por la cercanía con lo que podemos vivir día a día en los medios y las redes sociales– estaba dotado de una coherencia, un atractivo formal y una capacidad para inquietar e incomodar que los volvía imborrables. El autor ha dicho recientemente que “da la impresión de que la mitad de las cosas que contamos en la primera temporada están pasando. Hay prisioneros en cárceles brasileñas montando en bicicletas estáticas para conseguir la reducción de la pena y Google Glass es prácticamente un incumplimiento del copyright de 'Tu historia completa'. Afortunadamente, de momento nadie ha hecho un chantaje vejatorio con cerdo incluido. Pero si las historias de la segunda temporada empiezan a pasar, entonces sí que estaremos en peligro".
En esta temporada fueron concebidos tres nuevos episodios. El primero de ellos “Be right back” (“Vuelvo enseguida”) relata la historia de una chica que se entera de que está embarazada poco después de que su novio muere en un accidente. Un sitio web le ofrece un extraño servicio: la posibilidad de chatear con su amado fallecido, gracias a una tecnología que se nutre de la información existente en las redes sociales –todo lo que él escribió y posteó en chats, Facebook, Twitter, etc- y gracias a la cual se pueden emular sus respuestas y sus reacciones. El episodio refiere a varios temas cruciales simultáneamente: la incapacidad del ser humano contemporáneo de afrontar naturalmente los dolores –ya sean mentales o físicos–, y el consumismo derivado de esta imposibilidad (que tiene como contrapartida un gran oportunismo empresarial). Lo inconcebible del asunto es que hoy en día existen páginas web que permiten que una persona postee y actualice su estado en las redes sociales de forma póstuma, como la inquietante DeadSocial, por lo que las similitudes de este episodio con el mundo real no son precisamente una minucia.
Cada entusiasta de esta serie tiene su capítulo favorito y este cronista considera que el segundo, “White bear” (“Oso blanco”) es el mejor. Su comienzo es abrupto: una mujer se despierta en medio de una casa, con un fuerte dolor de cabeza y una amnesia galopante. No sabe quién es ni cómo fue a parar ahí, y para colmo las circunstancias que se suceden le son terriblemente adversas. En la calle, todas las personas que la ven se dedican a filmarla con sus teléfonos celulares, y unos seres disfrazados la acosan y la persiguen, queriendo asesinarla –o algo peor–. Es así que todo este tenso episodio transcurre en el más absoluto desconcierto, sin llegar a comprenderse quién la persigue ni para qué, quién es ella y por qué está ahí, y de qué demonios va todo este asunto. El desenlace, tan redondo como angustiante, trae las respuestas a esas preguntas. Aquí se pone el foco en los más retorcidos instintos voyeuristas existentes en la sociedad, exaltados y explotados desde los medios. A su vez, de una temible vuelta a las formas populares de castigos ejemplarizantes, con nuevas dimensiones facilitadas por la tecnología.
En cuanto al tercero, “The Waldo moment” (“El momento de Waldo”) parecería haber cierto consenso en que es el peor de la serie. No por falta profundidad o de interés temático, sino por un tono panfletario y aleccionador que hasta hoy había estado ausente. Waldo es un oso animado, una estrella en ascenso en los programas de televisión que básicamente se dedica a hacer chistes escatológicos y a mofarse abiertamente de sus interlocutores, políticos ingenuos que quizá esperan una simpática entrevista o una vía para ganar popularidad, y que sin embargo dan con todo lo contrario, con la burla sangrienta y el mancillamiento mediático. El episodio da cuentas de cómo la opinión pública puede generar engendros destructivos y caníbales que pueden acabar hasta consigo mismos.
Aún en sus peores tramos, Black mirror llama a la reflexión, al cuestionamiento, a la autocrítica. Y quizá ninguna otra sea tan acertada exponiendo una sociedad que enferma sin darse cuenta.
Publicado en Brecha el 28/6/2013