El peor de los panoramas
Cuando existe la sospecha de un abuso sexual a un niño, el procedimiento a seguir debe ser el adecuado, y es importante que el interrogatorio a la presunta víctima sea realizado, primero que nadie, por una persona especializada en el tema. Esta película muestra, entre otras cosas, las nefastas consecuencias de no seguir estas indicaciones, en muchos casos provocando daños irreparables a ciertos individuos y su entorno social.
Cuando a un niño se le somete a un incómodo interrogatorio, y se le hacen afirmaciones y preguntas orientadas de tipo "sabemos que te tocó", o "¿te tocó acá, verdad?, es probable que el niño conteste cualquier cosa con tal de zafarse de esa situación tan terrible y a veces llanamente traumática. En esta película una niña pequeña y enojada se inventa una historia referida a un docente que se encuentra de paso por su escuela, alarmando primero a la directora del colegio y luego, haciendo cundir el pánico en toda la comunidad. Se demuestra aquí todo lo que no hay que hacer en estas situaciones: apelar al dicho popular de que "los niños no mienten", acudir a personas no especializadas para los interrogatorios, y comunicar lo sucedido a los demás padres sin hablar antes con las autoridades pertinentes.
Es así que esta historia muestra a un protagonista inocente que de golpe se ve envuelto en el más injusta y horrenda de las situaciones. Los rumores y la paranoia colectiva se van encadenando y en estos casos hasta es común que surjan otros casos inventados por otros niños, acusando al mismo presunto abusador. Hoy, con la existencia de las redes sociales, y ciertas tendencias sociales a hacer justicia por mano propia, el asunto se puede convertir en una caza de brujas. Esta película es hábil en exponer este fenómeno por el cual la certeza absoluta de algo es capaz de contagiarse a los demás, extendiéndose como un virus. Y cuando una bola de nieve se vuelve demasiado grande, prácticamente no hay formas de detenerla.
Al director Thomas Vinterberg se lo recuerda sobre todo por su debut La celebración, también centrada en un caso de abuso a niños (aunque en ese caso el abusador sí era tal) y por haber firmado junto a Lars Von Trier y otros cineastas el polémico manifiesto del Dogma 95, con el que pretendían cambiar las bases del cine mismo -aunque ni ellos parecían tomárselo muy en serio-. La película es muy recomendable en cuanto mantiene la tensión muy alta de principio a fin; los actores están todos muy bien y la anécdota está notablemente narrada. Cerca del final toma un giro un tanto curioso: el protagonista recurre a la violencia como forma de afirmarse y convencer a los demás de su inocencia. Como cuestión cinematográfica, catártica y de género esto funciona muy bien, pero la historia transitaba el realismo hasta ese momento y realmente cuesta creer que esa vía sea efectiva, y que un hombre en esa situación recurra a ella, con los riesgos que implica.
Publicado en Brecha el 3/1/2014
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