Desvalijando almas
Virgil (Geoffrey Rush) es un hombre obsesivo, metódico. Un renombrado anticuario que basó su éxito en comprar barato y vender por fortunas, en engañar a su clientela despreciando obras valiosísimas; como dijera el escritor Daniel Pennac respecto a la profesión, un hombre que hizo su carrera "desvalijando almas". Pero no se trata solamente de un embustero y un timador, sino que además es, en general, un tipo bastante desagradable. Su mal semblante casi permanente, su carácter despectivo y el desinterés por el prójimo lo convierten en un protagónico difícil de aceptar. Asexuado y sin interés aparente por las mujeres, parece sin embargo orientar su libido a contemplar su más preciada fortuna personal, una habitación repleta de cuadros históricos, únicamente de representaciones femeninas.
El primer gran mérito que cabe adjudicarle al director Giuseppe Tornatore (Cinema Paradiso, Pura formalidad) es lograr la identificación de la audiencia con este personaje. No es un proceso simple ni inmediato, pero paulatinamente Rush va logrando los matices necesarios para que se encuentren atisbos de humanidad en él, y hasta un insospechado enamoramiento. El segundo mérito está precisamente en ese objeto de deseo que comienza a irrumpir en su vida y a transformarlo por completo. Se trata de una muchacha agorafóbica (con miedo a los espacios abiertos), que permanece oculta y sin dejarse ver durante la mitad de la película, intrigando al protagonista y junto a él al espectador. Las mayores y más variadas sospechas puede despertar el personaje y sus motivaciones, y el suspenso logrado a partir de ese enigma es un notable acierto del guión. Es interesante la forma en que se presenta la mujer ideal para este perfil neurótico y malhumorado: una muchacha que ha pasado encerrada durante años, que necesita ser curada, instruída, que podría ser salvada e incluso manipulada por él a su antojo. Una mujer aparentemente inofensiva como las que cuelgan en los cuadros que atesora.
Pero es pasada la segunda mitad del metraje que la película pierde ese interés inicial. La chica se muestra, y si bien continúa teniendo sus costados ocultos, se vuelve algo mucho más patente, menos interesante. Durante esta segunda parte la trama se dilata demasiado y se pierde en idas y venidas de los personajes, en el vínculo amoroso y pasional y en la sospecha de una traición. Sin volverse pesada o llanamente aburrida, la película, siempre elegante y vistosa eso sí -la recargada puesta en escena al menos entretiene la mirada- termina por perderse sobre el final, cuando una vuelta de tuerca busca resignificarlo todo. El problema con este giro final es que no tiene nada de sorpresivo porque es algo que se sospecha desde el comienzo mismo de la película, y que además, no resulta en absoluto creíble. Podrá decirse que aquí no se busca el realismo ni la verosimilitud y que lo que más importa es el significado metafórico del asunto -hay especial énfasis en el tema de la falsificación y el fraude-, pero en definitiva deja pensando en un planteo demasiado rebuscado. Con Hollywood ya tenemos suficientes.
Publicado en Brecha el 17/1/2014
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