domingo, 18 de mayo de 2014

Metallica: Through the never (Nimród Antal, 2013)

Solo para fans

A los miembros de Metallica pudo vérselos en un documental notable llamado Some kind of monster, en el cual cada uno de ellos era sometido a una intensa terapia en medio de una crisis, cuando el bajista Jason Newsted decidió abandonar la banda y la integridad del grupo peligraba. Esa película desvelaba a los individuos ocultos detrás de la fachada, a sus conflictos mundanos, sus fricciones internas y sus grandes frustraciones. Tendrían mucho metal adentro, pero al fin y al cabo sus inquietudes eran humanas, y a veces es asombroso conocer esa clase de aspectos en figuras imprecisas y algo oscuras que siempre se ven erguidas, fuertes y poderosas.
Esta película es algo absolutamente diferente. Se sustenta, principalmente, en los descomunales conciertos de Metallica que tuvieron lugar en Canadá en 2012 (Vancouver y Edmonton) que, montados hábilmente, son presentados como si se tratara de uno solo. Simultáneamente, seguimos en una ficción paralela a las desventuras a través de una ciudad apocalíptica de un joven skater fanático de la banda al que le encomiendan una enigmática misión. Esta "historia" está intercalada entre canciones, y a veces tiene lugar simultáneamente con el concierto, como si de a ratos la música en vivo se convirtiera en un videoclip surrealista que no parece tener sentido alguno ni, vale decir, imaginación volcada en él.
 Lo más interesante está sobre el escenario: se trata de un concierto repleto de parafernalias y pirotecnia, una producción millonaria desplegada en parte propiciando una experiencia fílmica inmersiva (está filmada en formato IMAX, es decir, con mayor calidad de resolución que lo ordinario, y también en 3D). Mucho fuego, lásers que ametrallan el escenario como si la banda se encontrara en medio de una guerra, una silla eléctrica que se alza sobre ellos junto a bobinas de tesla que emulan descargas y que pareciera que fueran a electrocutar a alguno de los miembros, inmensos monitores en forma de ataúd y el ya clásico derrumbe en pedazos de una gran estatua de la justicia, esta vez precedida por toda una construcción en escena de la misma, con obreros y todo. Finalmente, la destrucción simulada del mismo escenario, con un hombre incinerado en escena y otros "accidentes".
Y por supuesto Metallica, una banda que hace treinta años viene martillando tímpanos y que se impone en cada uno de sus riffs con temas como For whom the bell tolls, One o Master of puppets. Como concierto, se trata de un gran concierto de Metallica. Como película, es un gran concierto de Metallica que seguramente interese poco y nada a quienes no son fans. El director Nimród Antal (No vacancy, Depredadores) no logra que esas figuras trasciendan más allá de su música; que se refleje su carisma o su encanto particular, algo que sí ocurría por ejemplo en el documental Shine a light de Scorsese sobre los Rolling Stones. Lo impersonal de la propuesta quizá tenga que ver con un montaje sobregirado que prácticamente nunca mantiene un plano por más de diez segundos, y que impide vislumbrar el notable diálogo del frontman James Hetfield con el público, la destreza del guitarrista Kirk Hammet o una variopinta audiencia que seguramente se la esté gozando como nunca.

Publicado en Brecha el 16/5/2014

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