viernes, 29 de mayo de 2015

Sueño de invierno (Winter Sleep, Nuri Bilge Ceylan, 2014)

Un frío paralizante 


Al director turco Nuri Bilge Ceylan le va especialmente bien a la hora de plasmar cuadros de frustración acumulada y violencia contenida. Atmósferas recargadas, ambientes silenciosos, personajes fríos y reservados, lo emparentan con otros grandes corrosivos como Ingmar Bergman y Michael Haneke. Con un estilo pausado y de planos largos y detenidos, sus películas suponen certeras disecciones sociales, que rara vez causan estupor o adormecimiento. Nada parece sobrar en sus películas; van al grano, sin introducciones ni revelaciones prematuras. Mediante un abordaje detallista Bilge Ceylan cuida con cautela cada uno de los aspectos técnicos; la imponente imagen de su cinematógrafo de cabecera Gökhan Tiryaki, el meticuloso sonido ambiente y los cansinos rostros de los personajes convierten la puesta en escena en un paisaje envolvente y gratificante. 
Inspirada en relatos de Chejov, Tolstoi y Dostoiveski, Sueño de invierno nos traslada a la Capadocia, plena estepa de la Anatolia Central. Aydin, actor retirado, vive de las rentas que obtiene de sus múltiples propiedades heredadas y de los ingresos que le da el pequeño hotel en el que vive y administra. Cuando el invierno recrudece y la nieve comienza a cubrirlo todo, el hotel se convierte en un refugio para los viajantes que están de paso, pero también en un ambiente reducido del que no hay escapatoria y que lleva a que los temperamentos se caldeen. En esta suerte de prisión hogareña convive con su mujer, mucho más joven, y su hermana, recientemente divorciada. Surgirán los reproches cruzados, profundamente punzantes y dañinos, con el curioso detalle de que, a diferencia de lo que ocurre en el cine dominante, no existen gritos o llantos catárticos, sino que los diálogos transcurren a media voz, subrayándose así la enfermiza contención de los personajes. 
A poco de empezada la película, un niño arroja una piedra al auto del protagonista, rompiéndole un vidrio. Se trata de la primera señal de la violencia latente y de las grandes desigualdades instaladas en la zona. Una familia de origen musulmán ha contraído una creciente deuda con Aydin, y vemos cómo este último reclama su pago sin miramientos ni atisbo de humanidad alguna. Arrogante, encerrado en un autoconvencimiento de filantropía, Aydin es un presuntuoso intelectual que va ensombreciéndose más y más, convirtiéndose paulatinamente en uno de los protagónicos más desagradables que haya dado el cine en los últimos años. Los escarpados y nevosos paisajes son la ambientación ideal para transmitir un estado de congelamiento generalizado, en el que la violencia subyace sin explotar nunca, ya que nadie parece tener posibilidades de salirse de su situación o rebelarse. 
Con una brillante dosificación de tensiones, Bilge Ceylan logra la increíble hazaña de que 196 minutos de metraje no se sientan ni se vuelvan pesados. Un lenguaje sutil, un notable poder de sugerencia y una capacidad para generar recargadas atmósferas proveen al relato de un atractivo constante, infrecuente en las pantallas. No en vano es la obra de uno de los cineastas más sólidos del panorama europeo actual. 

Publicado en Brecha el 29/5/2015

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