Perdidos en Río
Son varias temáticas profundas las que se entrecruzan en ésta, la última película de la cineasta carioca Sandra Kogut. Por un lado, la radical transformación urbana ocurrida en los últimos diez años en las grandes ciudades brasileras tras una sucesión de grandes fenómenos: el boom económico, el mundial de fútbol, las olimpíadas, las obras monumentales que propiciaron que el paisaje local se haya visto, en muchos casos, completamente alterado. Como se muestra claramente en una escena determinante, barrios enteros han desaparecido tras una voraz fiebre de demolición y reconstrucción. Y no son pocas las películas que se centran en este fenómeno: Aquarius, El sonido alrededor, Sinfonía de la necrópolis, Riocorrente, O Rio nos pertenece, Era o Hotel Cambridge, entre otras.
Pero en rigor, aquí la temática central es la de los niños abandonados, y la “adopción informal”, práctica bastante extendida en Brasil por la cual padres de bajos recursos dejan en “préstamo” a sus hijos a personas estables económicamente. Aquí las cámaras acompañan a dos hermanos; Ygor de ocho años y Rayane de seis, que son dejados por su madre en la puerta de un lujoso departamento del barrio de Ipanema en Río de Janeiro, sin más elementos de referencia que un papel en el que tienen anotada la dirección exacta de ese apartamento. Esto supone un shock para Regina, quien allí reside y de golpe debe resolver qué hacer con estos dos niños pequeños que no parecen tener más nadie a quién recurrir. Es así que comenzará una búsqueda desesperada de esa madre desaparecida, así como de una solución para este “paquete” entregado sin anestesia ni previo aviso.
El choque entre clases sociales, el miedo al diferente, el consumismo, también son temáticas presentes en este abordaje, de realismo tan nítido como abrumador. La experiencia previa de la cineasta Kogut como documentalista parecería determinante para la creación de una atmósfera vívida, en la que el espectador queda prendado a una situación tan creíble como apremiante y sin aparente solución. Lo que prima es una sensación de no-pertenencia, potenciada ya que al desarraigo propio de los niños abandonados se le suma ese otro desarraigo general, por el cual las personas pasan la vida mudándose, todas las viviendas parecen transitorias y dejan de existir las viejas casas familiares u otros edificios con cierta carga histórica; los barrios son y no son, cambian constantemente sus dimensiones y hasta el recorrido de sus calles. Los dueños de los terrenos se suceden y las clases sociales también mudan sus espacios. La urbe y sus transformaciones generan un sentimiento general de expatriación y falta de garantías, a pesar de que no se haya abandonado nunca la propia ciudad.
La dirección de actores es notable, y brilla particularmente el pequeño Ygor Manoel interpretando convincentemente a un niño que debe asumir responsabilidades adultas, cuidando a su hermana menor, increpando adultos, imponiéndose para encontrar soluciones y dar finalmente con su madre. Otro punto fuerte más en una película sobresaliente.
Publicado en Brecha el 1/6/2018
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