viernes, 4 de octubre de 2019

Por qué Euphoria

Sexo, drogas y electrónica




“It’s not TV, it’s HBO” es el slogan con el que el canal HBO recalca sus diferencias, intentando desmarcarse de la competencia. Y lo cierto es que, en lo que concierne a series, parece estar yéndole bastante bien: apenas finalizado Game of Thrones el canal despunta y sobresale con más propuestas originales como los dramas históricos (Chernobyl, Gentleman Jack) y políticos (Years and Years); ahora faltaba proponer algo realmente despegado en el terreno de las temáticas adolescentes, y esto es, efectivamente, Euphoria.

Basada en la serie israelí de mismo nombre, se trata de una adaptación escrita y dirigida en su mayor parte por el director y libretista Sam Levinson, una de las mayores promesas del cine norteamericano actual. Levinson ya se había destacado con su notable Assassination Nation (2018), película en la que ya demostraba su capacidad para exponer cuadros adolescentes sin reservas, y con la cercanía y la empatía necesarias. Como en ella, esta serie es un auténtico prodigio a nivel estético: colores intensos, atmósferas enrarecidas, efectos visuales sumamente novedosos (en un viaje lisérgico, la protagonista atraviesa con dificultad una habitación literalmente giratoria), y una música alucinante y ecléctica, que cuenta con composiciones propias a cargo del británico Labrinth, clásicos casi olvidados de Andy Williams y Air Supply así como temas de artistas en ascenso como Billie Eilish, Megan Thee Stallion y Ark Patrol.



La serie acompaña a un grupo de adolescentes en sus vínculos con asuntos controversiales como los mandatos de género, la pornografía, las drogas, las redes sociales. Un universo juvenil en el que los celulares son como prótesis y en el que la hiperconectividad es una herramienta de doble filo, capaz de arruinarles la vida o de ser vehículo para su propia aceptación y empoderamiento. En este sentido, la serie ostenta un mérito atípico, y es que si bien da cuentas de varios de los riesgos a los que son expuestos los jóvenes, lo hace evitando caer en el maniqueísmo panfletario, sin regodearse en miserias, sin moralina, e incluso desdramatizando algunas situaciones. Por ejemplo, el consumo de drogas es algo generalizado y, cuando es moderado, se presenta simplemente como una mera opción recreativa. Y si bien es cierto que la viralización de un video sexual puede ser algo terrible para una de las protagonistas, se da cuentas de que, lejos de ser el fin del mundo, con el tiempo se convierte en algo naturalizado por todos y hasta por ella misma; una adversidad que le sucede a muchos otros de su entorno, siendo parte intrínseca a la vida del instituto. De esta manera, la serie se posiciona sin negar la gravedad de estas nuevas realidades, pero sin tampoco caer en posturas apocalípticas.

La realización es formidable, un cuadro coral que, de a ratos, se convierte en un verdadero bricollage de conflictos personales, en el que el realizador nos regala un hermoso caleidoscopio de sensaciones, atmósferas y estados mentales. Levinson se permite incluso experimentar con las imágenes, transmitiendo alternativamente fascinación, decadencia o auténtico desasosiego. Pero por sobre todo, la serie se nutre de un puñado de personajes que no podrían ser más atractivos: la carismática Rue (Zendaya) proclive a los excesos y drogadicta a los 17 años, la transexual Jules (Hunter Schafer) quien experimenta con el sexo casual mediante las aplicaciones de citas, y la no menos imponente Kat (Barbie Ferreira) una chica corpulenta que comienza a tener sus primeras experiencias sexuales. Y hace tiempo que no veíamos un villano tan interesante como Nate (Jacob Elordi); quien aparenta ser el típico adolescente abusivo, escultural y popular, siempre resuelto a hacer alarde de su hombría así como deseoso de hostigar y violentar física y psicológicamente al prójimo. Pero al mismo tiempo se lo ve como una víctima de su frustración y de sí mismo, e incapacitado de aceptar un rasgo que parece compartir con su padre: su interés y atracción por los hombres. 


Hay mucho sexo, que, de a ratos, se torna realmente gráfico. Una escena en la que un hombre exhibe su micro-pene y se masturba frente a cámara es sorprendentemente explícita para lo que acostumbra verse en series sobre la adolescencia, y series en general. Abundancia de penes erectos (curiosamente, en contrapartida no se ve ni una sola vagina), pechos desnudos y muchos coitos intensos y desacomplejados, atentan contra los límites puritanos dominantes en este tipo de producciones. 

Mención aparte merecen varias de las principales actrices, quienes además de ser excelentes intérpretes parecen llevar, detrás de cámaras, un correlato a sus personajes. Rue, la carismática protagonista es nada menos que la célebre cantante Zendaya, activista por la diversidad y feminista a quien hemos visto recientemente en la gran pantalla como novia del nuevo Spiderman. Jules es la modelo trans Hunter Schafer, todo un símbolo del activismo de los derechos LGTB en los Estados Unidos. En cuanto a Kat, Barbie Ferreira, es una partidaria del body positivity, y una desenvuelta modelo de tallas grandes. Al parecer no sólo se atinó a dar con actrices brillantes, sino además con notables ejemplos a seguir.

Publicado en Brecha el 25/10/2019

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