Cuando
los animales atacan
El
trailer
puede
ser
engañoso:
un
montón
de
imágenes
de
tipo
salvapantallas,
de
colorido
refulgente,
panorámicas
naturales,
animales
variopintos,
chicas
hindúes
que
bailan
envueltas
en
sus
saris.
Esto
lleva
a
pensar
en
la
basura
eco-documental
new
age
a
la
que
venimos
acostumbrados,
y
en
humanos
dialogando
con
los
peces,
tipo
Disney
o
Liberen
a
Willy.
Pero
claro
está
que
nunca
hay
que
creer
en
lo
que
dicen
los
trailers.
También
hay que recordar
que
quien
está
detrás
de
este
emprendimiento
es
nada
menos
que
Ang
Lee.
Si
cabe
hablar
de
cineastas
eclécticos,
seguramente
a
ninguno
le
quepa
hoy
mejor
la
categoría
que
al
director
chino.
Si
El
banquete
de
bodas
y
Comer,
beber,
amar,
tenían
cierta
estética
en
común,
con
la
grandiosa
Sensatez
y
sentimientos
el
cineasta
cambiaría
radicalmente
tiempo
y
espacio.
Luego
vino
una
brillante
obra
coral
(La
tormenta
de
hielo),
un
western
de
primer
nivel
(Cabalga
con
el
diablo),
fantasía
y
artes
marciales
(El
tigre
y
el
dragón),
una
de
superhéroes
(Hulk),
de
oscarizado
amor
gay
(Brokeback
Mountain),
un
drama
histórico
(Deseo,
peligro),
y
finalmente
un
musical
(Taking
Woodstock).
Con
Life
of
Pi
se
podría
decir
que
nos
encontramos
en
el
terreno
del
cine
de
supervivencia,
el
cual
supo
concebir
películas
como
Náufrago
o
la
reciente
Essential
Killing.
Un
joven
hindú
tiene
un
hobby
muy
particular:
colecciona
religiones.
O
mejor
dicho,
practica
varias
al
mismo
tiempo,
creyendo
en
todas
por
igual
y
sin
encontrar
grandes
contradicciones
en
tan
diversas
formas
de
concebir
al
mundo.
Cuando
su
familia,
urgida
por
la
situación
económica,
decide
irse
junto
a
él
hacia
Canadá,
el
barco
en
el
que
viajan
naufraga
en
una
tormenta,
quedando
él
como
único
superviviente
humano y
con
la
poco
grata
compañía
de
una
cebra,
una
hiena,
un
orangután
y
un
tigre,
en
un
mismo
bote
y
a
la
deriva.
Lo
que
sorprende
del
asunto
es
la
increíble
capacidad
de
Lee
para
hacer
entrar
al
espectador
en
esta
inverosimilitud.
La
incorporación
permanente
de
elementos
de
tensión
-los
evidentes
problemas
entre
los
animales,
la
falta
de
comida,
los
tiburones
que
circundan-
llevan
a
que
la
travesía
sea
tan
ardua
y
fatídica
como
atractiva
y
palpitante.
La
brutal
fotografía
de
Claudio
Miranda
(El
curioso
caso
de
Benjamin
Button)
y
una
excelente
dirección
de
animales,
combinada
con
logrados
efectos
de
CGI
-es
muy
difícil
definir
cuándo
es
una
cosa,
y
cuando
la
otra-
convierten
a
esta
aventura
en
una
experiencia
especialmente
vívida.
Por fuera del puro impacto, existe cierta enigmática profundidad en
esta lucha contra la naturaleza y los elementos, en las invocaciones
a un dios apático e indolente, en las revelaciones finales sobre qué
podría ser real y qué no de toda esta gran fábula. La película,
lejos de redondearse en conclusiones terminantes, se completa en la
psiquis del espectador. Como el mejor cine.
Y no hay caso, esto es algo que hay que ver en pantalla grande.
Publicada en Roumovie, el 4/1/2013
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