Uno de los ejes
narrativos por los que circunda Django sin cadenas es el
de las llamadas “luchas mandingo”. Peleas a puño limpio y cuerpo
a cuerpo en la que los esclavos se embisten salvajemente, como
entretenimiento para su patrón -en este caso, para Calvin Candie
(Leonardo Di Caprio), dueño de una plantación-. Probablemente el
objetivo de incorporarlas a la trama fue el de buscar una vía
extrema de sumisión, la absoluta posesión del cuerpo y del alma del
esclavo y la capacidad del dueño de hacer con ellos cuanto se le
antoje. Una de las escenas más duras de ver tiene lugar en una
plácida sala de estar, con varios aristócratas –sentados frente
a los luchadores, como si estuvieran viendo la televisión-
observándolos destrozarse mutuamente. Los negros rebajados a la
categoría de gallos de riña.
Consultados los expertos
sobre esta práctica, aseguran que no hay registros históricos de
que haya existido un estilo de pelea así. Sí hubo rumores de que
existieron cosas parecidas, e incluso los esclavos podían ser
enviados a pelear por su patrón; pero no hay asidero para decir
que hubo luchas hasta la muerte como las que exhibe Tarantino. La
esclavitud sustentaba la economía, y era bastante improbable que un
patrón mandara a sus negros a que arriesgaran sus vidas,
sacrificando de esa manera su propia mano de obra.
El registro histórico
más parecido o cercano a lo que muestra Tarantino es el siguiente;
Un artículo del periódico Dodge City Times, fechado en 1877, que
describía el “juego” o competencia llamada “lap-jacket”. El
cronista relataba: “Ayer atestiguamos una exhibición del juego
nacional africano en frente de la tienda de arnés Shulz. Es jugado
por dos hombres de color, que tocan con el dedo del pie una marca y
se golpean el uno al otro con látigos para toros. En el
enfrentamiento de ayer Henry Rodgers, de diminutivo Eph, luchó con
otro negrito por el campeonato y cincuenta centavos como premio.
Tomaron nuevos y pesados
látigos
de la
tienda
de arnés
y se dedicaron a los golpes,
bastante
animados.
La sangre corrió
y voló
el polvo, y
la multitud aplaudió
hasta que
el policía
Joe
Mason
llegó y
suspendió el alegre ejercicio.”
En rigor, el director
tomó las “luchas mandingo” de la película del blaxplotation
Mandingo (1975), a la que declara como una de sus favoritas.
Allí un esclavo era entrenado por su dueño para luchar hasta la
muerte contra otros. Pero lo interesante del asunto es que Tarantino
vuelve muy creíble esta forma de sumisión, y consultado al respecto
por el periódico The Guardian, contestó: “Todos conocemos
‘intelectualmente’ la brutalidad y la inhumanidad de la
esclavitud, pero después de que uno investiga ya no es más
intelectual, ya no es sólo un record histórico; lo sentís en los
huesos, te pone furioso y querés hacer algo… Quiero decirles que,
si es verdad que ocurren cosas malas en la película, muchas mierdas
peores sucedieron en la realidad… Cuando los relatos de esclavos
son plasmados en películas, pretenden ser históricos con H
mayúscula, y ese rigor es sinónimo de calidad. Yo quería romper
ese aspecto de ‘la historia bajo la lupa’, quise lanzar una
piedra a través de ese cristal y romperlo para siempre, y llevar al
espectador a ese mundo.”
Se dice que Django
desencadenado sería la segunda parte de una trilogía de
corte histórico, que comenzó en Bastardos sin gloria y se
terminaría con el proyecto Killer Crow, sobre un grupo de
soldados negros durante la Segunda Guerra Mundial. Al respecto, es
verdad que Tarantino crea auténticos “disparates” -la muerte de
Hitler en un cine, por ejemplo- para sus películas históricas, pero
también es cierto que esos exabruptos suelen ser sumamente
elocuentes para entender la historia y la brutalidad del ser humano.
“Este es el rostro
de la venganza judía” decía el inmenso semblante de la joven
Shoshanna desde la pantalla de un cine a punto de ser incinerado, con
los principales cabecillas de la Gestapo como espectadores y futuro
combustible. Tarantino decía con esa escena y esa película que las
masacres y los exterminios no son patrimonio exclusivo de los nazis,
sino que los judíos también son capaces de actos de violencia
similares a aquellos de los que fueron víctimas. Si una película
como Saló (1976) de Pasolini planteaba una ficción que
bordeaba el delirio y era ambientada en el norte de Italia durante la
ocupación nazi, nadie puede poner en duda que las atrocidades
perpetradas en ella eran perfectamente humanas. La situación en sí
puede ser inverosímil, pero no es presenciada en su momento como
algo inverosímil. Finalmente acaba por ser elocuente sobre la
naturaleza humana, sobre el poder, sobre la más abominable crueldad
que forma parte de la vida cotidiana.
Volviendo a las luchas
mandingas y a la escena de la sala de estar, tenemos aquí a una de
las más brutales expresiones del esclavismo que ha dado el cine. El
fragmento dice que eso era posible al estar instalada una relación
de poder como la que existió entre el patrón y el esclavo. Cuando en una
escena determinante (dejar de leer por acá si no se quieren conocer
detalles de la resolución) el personaje de Di Caprio exhibe con
orgullo y durante una cena las marcas de latigazos en la espalda de
su esclava, está exponiendo la naturalización de la violencia en el
sur de Estados Unidos del S XIX. En otro momento crucial, el
protagonista se encuentra colgado, desnudo y a punto de ser castrado,
y los villanos resuelven que una tortura mucho peor para él será
venderlo a una minera –con testículos incluidos-, para que
continúe haciendo trabajo esclavo durante todos los días del resto
de su vida. Comprendemos mejor el horror, la verdadera dimensión de
la esclavitud. El cine tiene ese poder: funciona por sugerencia, por
alegoría, por sinécdoque. Se invoca un infierno a partir de un
impacto que resulta menor comparativamente. Se lleva a pensar en una
realidad generalizada a partir de una anécdota puntual, aunque ésta
pueda ser un disparate.
Publicado en Brecha el 18/1/2012
2 comentarios:
Estoy totalmente de acuerdo contigo, querido Diego, en que Tarantino se mueve por esos derroteros y que, evidentemente, las críticas respecto a la violencia de sus películas, que él rechaza por la fantasía que le pone, no tienen sentido. Esa lucha "mandinga" en particular me pareció reflejo de esa intención y la pena es que el resto de la película, como justamente acabo de escribir, se diluye en los defectos formales en los que Tarantino cae una y otra vez desde hace demasiado tiempo.
Un abrazo transatlántico.
Maestroo, pero como me alegro en comprobar que mi blog aún no te ha terminado por hartar -ya lo hará, te lo prometo-. Estuve viendo tus escritos recientes y estoy seguro de que Tarantino leyó tu artículo sobre los Bastardos, pero que no pudo superarse y que sigue cayendo en sus propios vicios... Josep, ¿Para cuándo pone una academia fordiana para cineastas y cinéfilos en formación? Yo me apunto como primer pupilo.
Va un gran abrazo! Nos estamos leyendo :)
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