Más miedo
Está claro que los tituladores latinoamericanos no ven las películas, porque de haber sido así no habrían cambiado el título original "Insidious" de la primera entrega por "La noche del demonio". En su momento ya explicamos que la acción transcurría durante varias noches (y varios días) y que, si bien había una presencia demoníaca, no se trataba de algo central sino una entre varias apariciones extraterrenales que acosaban a los protagonistas. En esta segunda parte ni siquiera hay presencia demoníaca, así que, ni noche, ni demonio. A lo único que le pegaron fue al 2.
James Wan es un director malayo de raíces chinas que creció en Australia, y que hasta hoy sólo se ha desempeñado filmando efectivas y muy logradas películas de terror: El juego del miedo (la primera de la serie; la visible), Dead silence, Death sentence, y las notables Insidious y El conjuro, (esta última aún está en carteleras, por lo que se da la extrañísima situación de que hoy se proyecten dos películas de terror del mismo director simultáneamente). Wan ya avisó publicamente que con este filme se retiraba del género, lo cual no es necesariamente una mala noticia ya que quizá podamos ver su inventiva y sus climas volcados en obras aún más personales.
Aquí la anécdota comienza donde terminaba la anterior: el padre de la familia Lambert se encuentra poseído por una entidad maléfica que pretende utilizarlo para acabar con los suyos, y tanto su madre como su esposa inician una pesquisa para averiguar qué terrible historia del pasado es la causa de las amenazas y los acosos fantasmagóricos. Si la anécdota no es en absoluto original, está en el impecable pulso de Wan la razón de que las atmósferas sean perfectamente opresivas, y los sustos efectivos en su totalidad.
Quienes hayan visto El conjuro o la entrega precedente ya sabrán dónde están los puntos fuertes: en los impecables decorados y en la puesta en escena, en la dirección de actores, en las cámaras inmersivas que se desplazan cadenciosas por las habitaciones, como si las mismas fuesen una presencia amenazante o una potencial víctima. El fuera de campo es justamente lo que más miedo da y lo que se ve parcialmente, lo más incómodo y revulsivo. Una opresiva entrada de los protagonistas dentro de una habitación clausurada en la que se alinean quince cadáveres en butacas y tapados con sábanas despierta fascinación y rechazo simultáneos, proponiendo un atípico reflejo de la sala de cine en la que el espectador se encuentra sentado.
La desventaja es que hay secuencias que remiten a sucesos que ocurrieron en la entrega anterior, pequeños guiños para los que tienen presentes los acontecimientos precedentes, como si el guión hubiese sido diseñado para calzar perfectamente con el otro, con tramos que en realidad no agregan demasiado a la trama actual. Quizá hubiese sido mejor que, aún siendo una secuela, la película se cerrase en sí misma y que pudiera ser íntegramente aprehensible para quienes no vieron la otra, o no la recuerdan del todo bien.
Publicado en Brecha el 27/8/2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario