El costo de la independencia
Cuando se conoce a una pareja de ancianos que llevan cerca de medio siglo de convivencia, suele vérselos a priori como algo encantador, se cree en una unión dichosa, se piensa en atributos ligados a la prevalencia del amor a través de los años, al conocimiento y al cuidado mutuo, etc. Actualmente, relaciones matrimoniales de toda una vida son ya prácticamente especímenes en extinción, pero hace décadas esta clase de vínculos supo ser la regla. Hay dos películas recientes que han sido brillantes resaltando un aspecto poco señalado, y que impacta al exhibir la cara oculta de esta ilusión: talvez nuestros abuelos compartieron toda una vida insatisfacción, sufrimiento u odio mutuo. La primera de ellas es la argentina La luz incidente, en la que se plantean los inicios de una relación forzada, nacida desde la ansiedad, promovida por el mandato social y caracterizada por la desconsideración por los sentimientos de la mujer. Estrechamente relacionada con ella, la segunda de estas películas es La vida invisible de Eurídice Gusmão.
Son los años 50, aún estamos
lejos de hitos determinantes para la vida contemporánea como la revolución
sexual y la píldora anticonceptiva y, en una colorida Río de Janeiro, dos
hermanas viven la transición de la adolescencia a la adultez. Pero el drama se
impone abruptamente: una de ellas decide escaparse de la casa e irse a vivir a Europa,
para casarse con un marinero griego. Es a partir de ese momento que el vínculo
entre ambas se pierde, y que la película seguirá sus accidentados recorridos
vitales, en los que cada una deberá enfrentarse al mundo sin un arma crucial:
los consejos, el apoyo emocional y la presencia de la otra.
Es así que se desarrolla un
melodrama de corte clásico, que en su linealidad y su narrativa remite a
Douglas Sirk y a D. W. Griffith y, con la intensidad que sólo un maestro como
el director brasileño Karim Ainouz podía lograr, con una sobrecogedora
capacidad para tocar temáticas contemporáneas acuciantes. De hecho, esta
película debería ser materia obligatoria para adolescentes, para su asimilación
de problemáticas como la violencia sexual y la discriminación de género.
“Al principio molesta un poco,
pero cierra los ojos, piensa en otra cosa y pasará rápido. Y si tienes suerte,
quedarás embarazada”, le sugiere una amiga mayor a Eurídice, en un contexto
en el que las relaciones sexuales eran pensadas y concebidas como un disfrute
exclusivamente masculino, y en el que tener hijos era el más importante
cometido para una esposa. En este sentido, se entiende incluso lo desfasada y
adelantada a su tiempo que está Guida al hablar con Eurídice de su disfrute sexual
y al osar tener relaciones antes de su casamiento, y el porqué es tildada luego
de “puta” por su progenitor cuando decide volver a casa de sus padres, luego de
una decepción amorosa. Las ansias de independencia se pagaban caro, y es algo
que la película expone elocuentemente y varias veces a lo largo de su metraje.
Adaptación libre de la novela de
título homónimo de Martha Batalha, no debe existir película que mejor pinte el
patriarcado; la perspectiva histórica es un cristal diáfano en el que se vislumbra
con claridad una idiosincrasia que pervive en muchos sitios hasta el día de
hoy. “Mi madre es la sombra de mi padre”, señala Guida, remarcando que
el machismo como sistema de valores era asimismo reproducido por muchas
mujeres, quienes lo asimilaban acríticamente, asumiendo el rol de ama de casa y
receptáculo de críos, así como aceptando pasivamente las decisiones del
patriarca. Un detalle sutil se presenta cuando la madre de Eurídice y Guida se
enferma gravemente, y la casa en la que convive con su marido comienza a verse
de pronto sucia y desarreglada. Cuando ella fallece, el padre de Eurídice,
incapaz de valerse solo, comienza a vivir junto a ella y su marido.
Pero la opresión se encuentra a
todo nivel, y se despliega en todos los ámbitos de la vida social: el profesor
de piano recrimina a Eurídice sin comprender los problemas que pudiesen afectar
su concentración, un compañero de trabajo destrata a Guida gratuitamente; ante
el embarazo de Eurídice, su marido decide unívocamente pintar el cuarto del
futuro bebé de azul, convencido de que “será un varón”. Micromachismos que parecen
lejos de ser representativos de un tiempo ya pasado.
Por si fuera poco, La vida
invisible de Eurídice Gusmão presenta notablemente otros temas como
la eutanasia –tocado como al pasar, pero presentado con la naturalidad que
merece– y la brecha social: dos personas viviendo en diferentes estratos pueden
convivir en una misma ciudad durante décadas sin nunca cruzarse: los círculos
sociales de la clase media suelen situarse bien apartados de los de las clases
sumergidas. De todos modos y escapando al miserabilismo –esa tendencia
cinematográfica por la cual se exhibe la pobreza como universos de desdicha
infinita– aquí Guida, excluida de la familia y desplazada a un barrio marginal,
logra alcanzar una plenitud y una independencia de la que Eurídice permanece
siempre lejos. Y es que, como bien dice Guida en un momento crucial: “la
familia no es sangre, es amor”.
Como señalábamos en el primer
párrafo, habría que ver cuántos de nuestros ancestros supieron construir
hogares en los que la empatía, el respeto mutuo y la igualdad de decisión en ambos miembros de la pareja, eran la regla. Probablemente, muy pocos.
Publicada en Revista Caligari 11/2020.
No hay comentarios:
Publicar un comentario