Puntas de iceberg
Nasrin Sotoudeh es una abogada iraní por los derechos humanos que ha orientado su trabajo especialmente a la causa de los niños maltratados, y contra las penas de muerte por delitos cometidos durante la minoría de edad. Pese a los riesgos que esta labor implica, ha permanecido dentro de su país representando a políticos y periodistas opositores al régimen que fueron encarcelados tras las elecciones de 2009. Por su parte, Jafar Panahí, que seguramente es uno de los mejores cineastas del mundo (al menos sus seis largometrajes así lo demostraron, y en el recorrido de su filmografía no se ven fisuras o altibajos: cada nueva obra ha reafirmado su maestría), ha sido un férreo opositor. Filmando desde su propio país, Panahí se las ingenió para sortear las formas de censura imperantes y plantear emotivos cuadros realistas que permitieron entrever enormes injusticias.
Sotoudeh fue arrestada en setiembre de 2010, con cargos por divulgación de propaganda y conspiración para dañar la seguridad del Estado. Fue encerrada en confinamiento solitario. Luego fue juzgada y sentenciada a 11 años de prisión, a lo que se sumó la prohibición de ejercer su profesión y de salir del país por veinte años. Se cree que la razón fundamental de su arresto fue haber representado a su colega abogada Shirín Ebadí –la primera mujer musulmana ganadora de un premio Nobel de la paz–, que desde el exilio denunció ante varias instituciones internacionales la crisis de derechos humanos imperante en Irán y llamó a gobiernos extranjeros a que boicotearan el gabinete entrante del presidente Majmud Ajmadineyad. Panahí estaba filmando una película sobre el fraude electoral y fue arrestado por la milicia Basij cuando asistió al multitudinario entierro de la joven Neda Agha-Soltan, asesinada durante las protestas electorales en 2009. Neda se convirtió en una mártir de la resistencia iraní; y el impactante video de su muerte –seguramente intolerable para personas sensibles– es una de las muestras más infames de la brutalidad del régimen. Los cargos contra Panahí fueron similares a los de Sotoudeh; se lo acusó de realizar “actividades contra la seguridad nacional y propaganda contra el régimen”. Fue condenado a seis años de prisión y se le prohibió hacer cine, salir del país y hacer declaraciones a medios nacionales e internacionales por veinte años.
Tanto Panahí como Sotoudeh fueron premiados en octubre por el Parlamento Europeo (PE) con el premio Sájarov a la libertad de conciencia. Martín Shulz, presidente del PE, señaló que “el PE envía un mensaje de solidaridad y reconocimiento a una mujer y un hombre que no han sucumbido al miedo y a la intimidación y que han decidido anteponer la suerte de su país a la suya”. El premio es entregado normalmente a personalidades o colectivos que demuestran un continuo esfuerzo en la defensa de los derechos humanos y las libertades fundamentales. Entre los nominados figuraban las integrantes del grupo feminista punk ruso Pussy Riot –encarceladas por sus dichos en la Catedral de Cristo Salvador en Moscú– y el disidente bielorruso Ales Bialiatski, también preso. Según Schulz, la entrega del premio debe interpretarse como un “No muy claro al régimen iraní, (que) no respeta ninguna de las libertades fundamentales”.
A pesar de la prohibición, Panahí logró, durante su arresto domiciliario y a la espera de la condena, hacer la notable no-película This is not a film. En ella la denuncia sigue presente y se muestra una sociedad efervescente que, con la excusa de festejar el Chaharshanbe Suri (o miércoles de los fuegos), inunda las calles lanzando fuegos artificiales con un fervor popular ensordecedor. Temerosos, los ayatolás calificaron por primera vez al milenario festejo de preámbulo de la primavera como una fiesta impía, ya que, según ellos, carece de una base religiosa. El ahora convicto Panahí se las ha ingeniado de alguna manera para terminar su segunda película desde que le fue impuesta la prohibición de filmar, según dijo recientemente su amigo y colega el director Abbas Kiarostami. El estado de Sotoudeh en este momento es crítico. Desde su celda, hace treinta días ha iniciado una huelga de hambre como respuesta al hostigamiento que las autoridades policiales impusieron a su familia. El régimen prohibió que su esposo y su hija salieran del país y ambos fueron convocados a la corte; Amnistía Internacional señala que se pretende evitar que ellos continúen en su campaña para liberar a Sotoudeh. Desde hace tres meses a los hijos de Sotoudeh le son negadas las visitas, ya que los carceleros descubrieron que ella utilizaba un pañuelo en el que escribía su defensa para una próxima audiencia judicial. Se dice que Sotoudeh, de 49 años, no es lo suficientemente fuerte como para resistir por mucho más tiempo; a estas alturas la desnutrición habrá alcanzado su tercera fase, y la muerte por inanición puede ocurrir en cualquier momento, por fallo cardíaco o falta de irrigación del cerebro.
Puede parecer un chiste malo, pero en Irán se castiga con pena de muerte al que sea visto, in fraganti, escuchando música de Ricardo Arjona; está escrito en la nueva Constitución. Los casos de Panahí y Sotoudeh son apenas dos puntas de iceberg, dos casos conocidos y seguidos internacionalmente. Pero Amnistía Internacional denuncia este año una infinidad de violaciones y malos tratos en prisiones preventivas, penas de flagelaciones y amputaciones, juicios basados en confesiones obtenidas mediante torturas, más de 500 ejecuciones. En la brillante película La separación, que comienza con una pareja frente a un tribunal iraní, la protagonista plantea su decisión de irse del país. Inmediatamente el juez la increpa, preguntándole por qué quiere irse a vivir a otro lado, y cómo es posible que crea que no tiene oportunidades allí. Desde el punto de vista de las autoridades, nadie tiene razones para irse, ya que todo está bien, todo está en orden. A tal punto llegan el fundamentalismo, la intolerancia y la ceguera teocrática que domina Irán desde hace ya 33 años
Publicado en Brecha el 16/11/2012
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