jueves, 17 de enero de 2013

Sobre la violencia en Django sin cadenas (Django unchained, Quentin Tarantino, 2012)

Realismo fabulado

Uno de los ejes narrativos por los que circunda Django sin cadenas es el de las llamadas “luchas mandingo”. Peleas a puño limpio y cuerpo a cuerpo en la que los esclavos se embisten salvajemente, como entretenimiento para su patrón -en este caso, para Calvin Candie (Leonardo Di Caprio), dueño de una plantación-. Probablemente el objetivo de incorporarlas a la trama fue el de buscar una vía extrema de sumisión, la absoluta posesión del cuerpo y del alma del esclavo y la capacidad del dueño de hacer con ellos cuanto se le antoje. Una de las escenas más duras de ver tiene lugar en una plácida sala de estar, con varios aristócratas –sentados frente a los luchadores, como si estuvieran viendo la televisión- observándolos destrozarse mutuamente. Los negros rebajados a la categoría de gallos de riña.
Consultados los expertos sobre esta práctica, aseguran que no hay registros históricos de que haya existido un estilo de pelea así. Sí hubo rumores de que existieron cosas parecidas, e incluso los esclavos podían ser enviados a pelear por su patrón; pero no hay asidero para decir que hubo luchas hasta la muerte como las que exhibe Tarantino. La esclavitud sustentaba la economía, y era bastante improbable que un patrón mandara a sus negros a que arriesgaran sus vidas, sacrificando de esa manera su propia mano de obra.
El registro histórico más parecido o cercano a lo que muestra Tarantino es el siguiente; Un artículo del periódico Dodge City Times, fechado en 1877, que describía el “juego” o competencia llamada “lap-jacket”. El cronista relataba: “Ayer atestiguamos una exhibición del juego nacional africano en frente de la tienda de arnés Shulz. Es jugado por dos hombres de color, que tocan con el dedo del pie una marca y se golpean el uno al otro con látigos para toros. En el enfrentamiento de ayer Henry Rodgers, de diminutivo Eph, luchó con otro negrito por el campeonato y cincuenta centavos como premio. Tomaron nuevos y pesados látigos de la tienda de arnés y se dedicaron a los golpes, bastante animados. La sangre corrió y voló el polvo, y la multitud aplaudió hasta que el policía Joe Mason llegó y suspendió el alegre ejercicio.”
En rigor, el director tomó las “luchas mandingo” de la película del blaxplotation Mandingo (1975), a la que declara como una de sus favoritas. Allí un esclavo era entrenado por su dueño para luchar hasta la muerte contra otros. Pero lo interesante del asunto es que Tarantino vuelve muy creíble esta forma de sumisión, y consultado al respecto por el periódico The Guardian, contestó: “Todos conocemos ‘intelectualmente’ la brutalidad y la inhumanidad de la esclavitud, pero después de que uno investiga ya no es más intelectual, ya no es sólo un record histórico; lo sentís en los huesos, te pone furioso y querés hacer algo… Quiero decirles que, si es verdad que ocurren cosas malas en la película, muchas mierdas peores sucedieron en la realidad… Cuando los relatos de esclavos son plasmados en películas, pretenden ser históricos con H mayúscula, y ese rigor es sinónimo de calidad. Yo quería romper ese aspecto de ‘la historia bajo la lupa’, quise lanzar una piedra a través de ese cristal y romperlo para siempre, y llevar al espectador a ese mundo.”
Se dice que Django desencadenado sería la segunda parte de una trilogía de corte histórico, que comenzó en Bastardos sin gloria y se terminaría con el proyecto Killer Crow, sobre un grupo de soldados negros durante la Segunda Guerra Mundial. Al respecto, es verdad que Tarantino crea auténticos “disparates” -la muerte de Hitler en un cine, por ejemplo- para sus películas históricas, pero también es cierto que esos exabruptos suelen ser sumamente elocuentes para entender la historia y la brutalidad del ser humano.
Este es el rostro de la venganza judía” decía el inmenso semblante de la joven Shoshanna desde la pantalla de un cine a punto de ser incinerado, con los principales cabecillas de la Gestapo como espectadores y futuro combustible. Tarantino decía con esa escena y esa película que las masacres y los exterminios no son patrimonio exclusivo de los nazis, sino que los judíos también son capaces de actos de violencia similares a aquellos de los que fueron víctimas. Si una película como Saló (1976) de Pasolini planteaba una ficción que bordeaba el delirio y era ambientada en el norte de Italia durante la ocupación nazi, nadie puede poner en duda que las atrocidades perpetradas en ella eran perfectamente humanas. La situación en sí puede ser inverosímil, pero no es presenciada en su momento como algo inverosímil. Finalmente acaba por ser elocuente sobre la naturaleza humana, sobre el poder, sobre la más abominable crueldad que forma parte de la vida cotidiana.
Volviendo a las luchas mandingas y a la escena de la sala de estar, tenemos aquí a una de las más brutales expresiones del esclavismo que ha dado el cine. El fragmento dice que eso era posible al estar instalada una relación de poder como la que existió entre el patrón y el esclavo. Cuando en una escena determinante (dejar de leer por acá si no se quieren conocer detalles de la resolución) el personaje de Di Caprio exhibe con orgullo y durante una cena las marcas de latigazos en la espalda de su esclava, está exponiendo la naturalización de la violencia en el sur de Estados Unidos del S XIX. En otro momento crucial, el protagonista se encuentra colgado, desnudo y a punto de ser castrado, y los villanos resuelven que una tortura mucho peor para él será venderlo a una minera –con testículos incluidos-, para que continúe haciendo trabajo esclavo durante todos los días del resto de su vida. Comprendemos mejor el horror, la verdadera dimensión de la esclavitud. El cine tiene ese poder: funciona por sugerencia, por alegoría, por sinécdoque. Se invoca un infierno a partir de un impacto que resulta menor comparativamente. Se lleva a pensar en una realidad generalizada a partir de una anécdota puntual, aunque ésta pueda ser un disparate. 

Publicado en Brecha el 18/1/2012

2 comentarios:

Josep dijo...

Estoy totalmente de acuerdo contigo, querido Diego, en que Tarantino se mueve por esos derroteros y que, evidentemente, las críticas respecto a la violencia de sus películas, que él rechaza por la fantasía que le pone, no tienen sentido. Esa lucha "mandinga" en particular me pareció reflejo de esa intención y la pena es que el resto de la película, como justamente acabo de escribir, se diluye en los defectos formales en los que Tarantino cae una y otra vez desde hace demasiado tiempo.

Un abrazo transatlántico.

Diego Faraone dijo...

Maestroo, pero como me alegro en comprobar que mi blog aún no te ha terminado por hartar -ya lo hará, te lo prometo-. Estuve viendo tus escritos recientes y estoy seguro de que Tarantino leyó tu artículo sobre los Bastardos, pero que no pudo superarse y que sigue cayendo en sus propios vicios... Josep, ¿Para cuándo pone una academia fordiana para cineastas y cinéfilos en formación? Yo me apunto como primer pupilo.

Va un gran abrazo! Nos estamos leyendo :)