sábado, 22 de marzo de 2014

Por qué Utopia


¿Dónde está Jessica Hyde? Pregunta un hombre corpulento, algo pasado de peso y con dificultades respiratorias a varias personas a lo largo de la serie. Inequívocamente el interpelado, tenga información o no, morirá en cuestión de segundos. Estos fragmentos, en los que corrientes civiles son asesinados a sangre fría y casi azarosamente, se imponen de forma abrupta, algo descolgados del resto. Y funcionan como shock, una manera espectacular de constatar un estado de emergencia, de sugerir la dimensión de una amenaza por la cual los personajes deben tomar precauciones extremas. Utopia, producida por el canal británico Channel 4, es de esas series que comienzan con muchas incógnitas y casi ninguna respuesta. Pero también de la clase de planteos que van dosificando información, saciando paulatinamente esa necesidad de saber de qué va eso que uno está viendo. 
Los integrantes de un grupo de aficionados a los comics, que sólo habían interactuado entre sí a través de un foro virtual, se juntan para conocer una extraña e inédita novela gráfica. Se trata de la continuación de "The Utopia Projects", la obra escrita desde el manicomio por un delirante maníaco depresivo, que supo anticipar sucesos catastróficos posteriores. Sin comerla ni beberla, los muchachos se ven de pronto perseguidos por una agencia secreta llamada "The network", incriminados en delitos terribles, envueltos en una descomunal trama de conspiraciones, y obligados a esconderse y escabullirse de matones de todo tipo y color. Desde un comienzo asaltan las dudas: ¿qué mensajes trae encriptados la novela gráfica para desatar tanta demencia?, ¿qué es The network?, y por supuesto: ¿Quién demonios es Jessica Hyde? 
Quizá uno de los puntos que en un principio despiertan el interés es que los personajes principales son justamente personas ordinarias y de a pie, un tanto defectuosas y hasta patéticas de a ratos, individuos que no tienen idea de qué hacer o cómo es que fueron a parar allí. En contraposición, quienes ya estaban envueltos desde antes en el asunto son seres casi marcianos, figuras implacables y temibles. La brillante música de Cristobal Tapia de Veer aporta la sonorización perfecta para redondear una atmósfera desconcertante, onírica, envolvente. Por su parte, la dirección artística es otro prodigio y dispone trajes, paisajes, habitaciones y objetos en una atractiva gama de colores chillones.

Por cada enigma que se va resolviendo, aparecen unos cuantos más. Y los personajes mismos depiertan cierta intriga, ya que la mayoría parecería esconder dimensiones ocultas. Este aspecto propicia una desconfianza permanente, aún entre los mismos protagonistas, aportando un persistente clima de paranoia. Por ahora Utopia sólo ha dado seis capítulos de cincuenta minutos, en una sóla temporada. Pero ya está en proceso la segunda, a estrenarse en el correr del año. 
Otro de los puntos más llamativos tiene lugar cuando se da a conocer el "Proyecto Jano" (el que no haya visto la serie quizá debiera dejar de leer por aquí, porque se anticipan detalles apenas revelados en los últimos capítulos), una iniciativa que busca esterilizar a la mayor parte de la humanidad mediante una alteración genética masiva, con el objetivo de frenar las tasas de natalidad y terminar así con el hambre en el mundo. Jano es un personaje mitológico de dos caras, el dios romano de las puertas, de los comienzos y los finales, y por tanto de los cambios y las transiciones y de los momentos en los que se traspasa el umbral que separa el futuro del pasado. Un aspecto curioso es que aquí los "malos" tengan una argumentación perfecta para llevar a cabo su plan, que lo hagan con fines "humanitarios" y que hasta terminen convenciendo a alguno de los protagonistas de que se trata de una causa justa. Claro que para llevar a cabo esta "revolución", en el camino muchas personas deben de ser sacrificadas. Lo que quizá nos pinte con mayor precisión por qué son los villanos.

Publicado en revista "Dossier" el 3/2014

viernes, 28 de febrero de 2014

The act of killing (Joshua Oppenheimer, 2012)

El horror frente al espejo 



Para entender que aquí tenemos un documental sin precedentes basta mirar los créditos. El co-director es anónimo, uno de los productores es anónimo, el director de fotografía es anónimo. Así, los anónimos se continúan en varios rubros, a lo largo de la ficha técnica completa. Es que la película fue concebida en Jakarta, ciudad en la que se vive una realidad horripilante: en la vivienda contigua puede vivir el asesino de uno de tus parientes y del otro lado otro de ellos, como si nunca nada hubiera pasado, en perfecta impunidad. 
Si hiciéramos un gran esfuerzo especulativo y pensáramos que hubiese sucedido si las dictaduras del Plan Cóndor en América del Sur se hubiesen mantenido en el poder durante 40 años continuos, erigiendo asesinos y torturadores como héroes nacionales, manteniendo privilegios y dando cartas blancas absolutas a militares para que continuasen obrando como se les cantara, martirizando a quienes quisieran, saqueando, violando y asesinando a piacere, quizá podríamos acercarnos un poco a la realidad indonesia presentada en este documental. 
Es necesario un poco de historia: en 1965 y 1966 tuvieron lugar una serie de masacres llevadas a cabo por el general Suharto, en sus intentos por derrocar al gobierno de Sukarno, primer presidente de Indonesia que lideró la revolución contra el imperialismo alemán. Aunque Sukarno no era comunista, sí fue apoyado por el PKI (Partido Comunista Indonés) que, con su brazo armado, protegía al gobierno de un posible golpe. Luego de una serie de asesinatos a jefes militares por parte del PKI, Suharto tomó la delantera y contrató a cuanto gángster hubiera en la zona, creando con ellos sus propios escuadrones de la muerte. Así, exterminaron a todos los miembros del PKI –muchos de ellos campesinos que nunca habían tocado un arma– y se ensañaron en una purga de comunistas, intelectuales y chinos en general, en la cual eran diezmados familiares, amigos, colaboradores, simpatizantes, vecinos de, gente con rasgos parecidos. La masacre fue, en rigor, un genocidio que se cobró más de un millón de víctimas y derivó en el ascenso al poder, con el apoyo de la CIA y el Banco Mundial, del régimen de facto. Suharto se mantuvo al mando hasta el año 1998, pero aún luego de su caída una legión de criminales y gángsters continuaron detentando poder de hecho, libre albedrío total y respaldo político. 


El director Joshua Oppenheimer (quien perdió a gran parte de su familia en el holocausto nazi) se introdujo en el mundo de estos mismos gángsters, algunos ya veteranos, quienes le cuentan con absoluta soltura la forma en que mataron, violaron y torturaron, relatan con orgullo cómo incineraron hasta las cenizas aldeas enteras y alguno hasta asegura seguir cometiendo hoy algunas de esas atrocidades. La película (producida nada menos que por los grandísimos Werner Herzog y Errol Morris) supone el inconcebible acercamiento a un mundo en el que muchos de los valores que comparte el demócrata occidental promedio se encuentran absolutamente subvertidos: el jefe de prensa de un diario local cuenta con tranquilidad su participación en sesiones de tortura y su obvia manipulación de las noticias –es que claro, los comunistas no podían quedar frente a la opinión pública como gente buena–. En un programa televisivo local, los miembros de los escuadrones son tratados como auténticas celebridades; hay recreaciones, entre risas, de las formas más efectivas de asesinar e interrogar al prójimo. Si todo ya es demasiado increíble de por sí, la película levanta auténtico vuelo cuando los entrevistados comienzan a dudar; cuando al ponerse en los roles de sus propias víctimas parecen alcanzar un increíble proceso de empatía, sin precedente alguno en sus vidas. Oppenheimer explora aquí, como nunca antes, la psicología de los asesinos y de los torturadores, y lo hace presentándolos como lo que verdaderamente son: hombres risueños, buenos vecinos y mejores familiares. Hombres que, quizá al enfrentarlos con su pasado pueden ver como por una rendija lo que hicieron, horrorizándose de sí mismos como nunca antes. 

Publicado en Brecha el 28/2/2014

viernes, 21 de febrero de 2014

Robocop (José Padilha, 2014)

Cine esclavo 


Sonaba muy bien. El director brasileño José Padilha, autor de las brillantes Tropa de elite 1 y 2, embarcado en una remake de Robocop, podía llegar a ser algo notable. Sobre todo porque el director había integrado a sus películas acción de la más brutal y una interesantísimo planteo sobre la violencia, la represión, el control y el narcotráfico en un contexto de miseria extrema. Padilha lograba trascender los parámetros de género, colocando sobre el tapete una situación social compleja y sin aparente solución. 
La idea de Robocop, el policía robotizado perfecto e implacable que patrulla las calles de Detroit calzaba perfecto para las inquietudes y las habilidades de Padilha. 
Pero sucedió lo que, de algún modo, era esperable. Según informó el director Fernando Meirelles, amigo de Padilha, el director de Robocop habría tenido inmensos problemas con los productores hollywoodenses. Al parecer Padilha le dijo a su colega en una conversación telefónica que fue una de las peores experiencias que tuvo en su vida, que de cada diez ideas que se le ocurrían nueve eran desechadas por los productores, y que el desarrollo de la película significó una lucha constante. Aseguró que fue un infierno que no querría repetir nunca más. Las palabras contenidas en la indiscreción de Meirelles asombrarían si no representaran la eterna historia de los directores extranjeros en Hollywood. Los que quiere ganar mucho dinero en la industria tiene que aprender a bajar la cabeza y subordinarse a los grandes estudios.
Estos problemas se hacen notar. Sobre todo en un programa televisivo que atraviesa todo el filme y que es presentado por un conductor republicano (Samuel L. Jackson) que clama por seguridad y mano dura. Uno de los puntos más altos de Tropa de Elite 2 era también un programa de televisión retrógrado, conducido por un reaccionario desacatado, verborrágico, hilarante como pocos. Pero en esta película el programa es algo contenido, lavado, sin gracia, sin el toque kitsch sarcástico que habría sido el sello de distinción de Padilha. Y esta insulsa convencionalización se trasplanta a la película toda. Robocop deja asomar puntos de interés que nunca terminan de desarrollarse. Es un cine atado de manos.
La película redunda en otro planteo de género más en el que los grupos del poder trasnacional conspiran para oprimir a los protagonistas; otro tanque con apuntes filosóficos de bolsillo, otra tibia crítica a la corrupción policial, otra burda y esquemática referencia a los medios masivos y su influencia en la opinión pública. El problema de exponer temas de este calibre tan esquemáticamente es que se los trivializa y caricaturiza, sin aportar nada que pueda ayudar a pensarlos o discutirlos con profundidad.

Publicado en Brecha el 21/2/2014

miércoles, 12 de febrero de 2014

Dallas Buyers Club (Jean-Marc Valleé, Estados Unidos, 2013)

Desconcertante e incisiva 


El comienzo mismo ya anticipa que nos encontramos lejos de otra película "oscarizable" más, que se trata de un filme que se sale de los moldes corrientes. En la primera escena vemos a Ron Woodroof (Matthew Mc Conaughey) teniendo sexo con dos prostitutas a la vez, escondido entre las "bambalinas" de un rodeo de toros, y más concretamente mientras un toro cornea a un jinete caído. Este comienzo, inmersivo y abrupto, nos transporta de lleno a una vida sórdida, a la de un toxicónamo descarriado, adicto a las apuestas clandestinas y al sexo, un cow-boy rebelde y homofóbico, irascible ante la más mínima provocación. Luego de una pequeña trifulca va a parar a un hospital, donde le dan la peor noticia: es HIV positivo. Es el año 1985 y en ese entonces el aviso era una sentencia de muerte: el médico le asegura que a lo sumo podrá vivir unos 30 días más. A partir de entonces un título sobre fondo negro pone "día 1" y nos llevará a pensar que se trata de otra crónica de una muerte anunciada, de una sucesión de cambios radicales en la vida de una persona durante sus últimos días. Pero en seguida la película tomará otra vez derroteros impredecibles. Todo este comienzo y hasta llegada la mitad del metraje es brillante y se caracteriza por una narración sin rumbo claro, que avanza a trompicones, con un ritmo entrecortado y accidentado por los imprevistos que trae la historia. Recién pasada esta primera mitad es que la película se vuelve mucho más diáfana, estandarizable, convencional, si se quiere. 
Como el mayor mérito se encuentra en esta primera mitad y en ese factor de desconcierto, se recomienda encarecidamente que el lector interesado en ver la película deje de leer esta reseña, porque buena parte de la gracia está en no saber hacia dónde se dirige la película. En la época, los hospitales de Estados Unidos suministraban a los enfermos de sida un compuesto químico de alta toxicidad llamado AZT, un fármaco que apenas había sido testeado, que se utilizaba previamente como quimioterapia y que pasó a ser el único tratamiento utilizado formalmente. Pero al ser una sustancia que eliminaba las células en desarrollo del organismo, tenía efectos secundarios terribles y en algunos casos podía hasta disminuir el tiempo de vida de un portador. Para colmo, los precios de esta toxina eran extremadamente elevados, y un año de tratamiento le costaba a un paciente sin cobertura 7 mil dólares al año. El "Dallas Buyers Club" fue una iniciativa que surgió como una respuesta a la desesperación de muchos convalescientes que le rehuían al AZT. A cambio de una membresía paga más accesible, Woodroof ofrecía a sus socios medicamentos aprobados en otros países pero no en los Estados Unidos, como la proteína Peptide T o el antirretroviral DDC. 
Las actuaciones de McConaughey y de Jared Leto, dos portadores de VIH en todas sus etapas, son impactantes. Como dato accesorio, ambos cometieron la locura de someterse a dietas violentas y adelgazar 21 y 14 kilos respectivamente para interpretar sus roles (Seymour Hoffman al menos se autoeliminó con todos sus kilos puestos). Por fuera de este detalle poco saludable, este filme es una clara y notable crítica al sistema de salud de los Estados Unidos y a sus alianzas con la industria farmacéutica, y a la carroñera voracidad de aprovechar desgracias o epidemias para obtener ganancias. Al parecer el guión estuvo dando vueltas desde hace más de veinte años, pero es realmente lógico que una exposición tan lúcida causara vacilación en los posibles inversionistas. 

Publicado en Brecha el 7/2/2014

viernes, 31 de enero de 2014

La parte de los ángeles (The angel's share, Ken Loach, 2012)

Whisky del bueno 


A la afirmación de que Ken Loach viene filmando la misma película desde hace cuarenta años hay poca cosa que responder salvo que pocos lo hacen mejor que él. Y lo cierto es que últimamente el director (hoy con 77 años) ha sabido reinventarse, con obras más dinámicas y contagiosas, con la explotación de un aire políticamente incorrecto que significa un soplo fresco y, en este caso particular, con un notable sentido del humor. Es una suerte que el director pueda distanciarse de esa seriedad que sufrió buena parte del cine social europeo (y él mismo) durante décadas, como si el entretenimiento y la denuncia militante fueran asuntos incompatibles o antagónicos. 
"La parte de los ángeles" es la porción del whisky que se pierde por evaporación durante su añejamiento en barricas de roble. La metáfora es aplicable a los personajes, eternos inadaptados de los barrios bajos de Glasgow que vienen marcados por las pérdidas: habiendo pagado penas en prisión, tentados a la reincidencia en el delito, vinculados forzosamente con maleantes. Pero es esta cualidad de perdedores la que los lleva a conocerse, cumpliendo con determinadas tareas en los servicios comunitarios. 
Durante la primera mitad de la película son expuestas, a grandes rasgos, las penurias de los cuatro personajes principales, el protagonista, un padre reciente obligado a enderezarse, más un borrachín de pocas luces, una cleptómana y un rebelde anti-sistema muy único en su especie. El ángel del título vendría a ser Harry, un asistente social que se preocupa por ellos y los lleva a conocer otro mundo que pueda hacerles levantar la cabeza del círculo vicioso del que son cautivos. Cuando el protagonista entra al mundo de la cata de whisky descubre habilidades propias que desconocía, y también mundos impensados: como en la reciente The bling ring, de Sofía Coppola, es expuesto a un círculo de gente con muchísimo dinero y despreocupada de la seguridad de sus posesiones, ya que ni siquiera imaginan que alguien podría robarlos. Lo irónico del asunto es que, cuando un marginado se ha convertido en chivo expiatorio, condenado igualmente por el Estado y la sociedad civil, una de las pocas vías de superación o ascenso social a las que puede echar mano y que conoce cabalmente es el mismo delito, y aquí es que la película alcanza su mejor mitad: al estilo de las mejores películas de atracos, este grupo de antihéroes se prepara para un robo premeditado y un golpe perfecto contra quienes se encuentran en el extremo opuesto de la escala social. 
Con un poco de road movie, algo de drama, fuertes dosis de comedia socarrona, acompañada de una notable banda sonora (el tema "I would walk 500 miles", de The proclaimers nunca sonó tan bien) y emparentado en espíritu con ese cine clásico y de género que siempre funcionó, Loach da con la combinación ideal de ingredientes para una malta refinada, añejada con la sabiduría de un eximio veterano. 

Publicado en Brecha el 31/1/2014

miércoles, 29 de enero de 2014

El Mayordomo (The butler, Lee Daniels, 2013)

Viva Obama

 


Al comienzo de la película, el protagonista aún niño observa como en un algodonal el patrón viola a su madre y acto seguido mata de un tiro en la cabeza a su padre, siendo la segunda de las acciones un acto absolutamente incomprensible y poco pertinente –a ningún patrón, por déspota que fuere, le conviene eliminar a su mano de obra sin buenas razones–. Pero quienes vimos Preciosa ya sabemos como es el director Lee Daniels; allí una adolescente negra, obesa y analfabeta era violada por su padre, engendrando en ella un hijo down y para más lindezas contagiándole el SIDA. Es decir, se trata de un cineasta que parece tener muy claros sus objetivos, y que no le hace asco alguno a los trazos gruesos con tal de manipular a su audiencia en determinada dirección. 
Es así que Cecil Gaines (Forrest Whitaker), luego de un cúmulo de penurias, logra por fin hacerse de un trabajo digno, y finalmente pasa a ser uno de los “flamantes” mayordomos de la Casa Blanca. Durante su servicio, ve pasar a siete presidentes, (Eisenhower, Kennedy, Johnson, Nixon, Ford, Carter y Reagan) cada uno de los cuales hace sus apariciones estelares, hablando siempre de temas políticos-raciales cruciales que, claro está, en vez de hacerlo en completa reserva, deciden charlarlo justo cuando su mayordomo negro viene a servirles. Por supuesto que la mayoría de ellos también establecerá un vínculo personal con su mayordomo y lo utilizarán para descargar sus confesiones. 
Al mismo tiempo, el hijo del protagonista va convirtiéndose paulatinamente en un militante por los derechos civiles de los negros, por lo cual la película también va dando cuenta de los hitos históricos en ese sentido, en un recorrido combativo mucho más interesante e intenso que el de su padre. Lamentablemente se trata de apenas flashes, pequeños tramos de metraje en los que se ve al muchacho en acciones contestatarias, en los viajes interraciales del “autobús de la libertad” o más adelante cuando se involucra con el socialista Partido Panteras Negras, diezmado en 1969. 
Si bien la película mantiene cierto interés durante sus más de dos horas, se vuelve cansino el tono pedagógico en que es presentada, con subrayados especialmente irritantes. Cuando el ya veterano protagonista se da cuenta que su hijo subversivo y revoltoso fue realmente un gran revolucionario, su pensativa voz en off arremete: “Lois nunca fue un criminal, fue un héroe que luchaba por salvar el alma de nuestro país”. Y cuando finalmente vemos a los personajes, la familia entera apoyando con fervor a Obama en su campaña presidencial, ya no nos quedan dudas del carácter panfletario de esta película. 
De todos modos es interesante ver, en una oscarizable superproducción histórica mainstream, cierto revisionismo histórico y espíritu autocrítico en frases proferidas como: “nos asomamos a ver el resto del mundo y juzgamos. Nos enteramos de los campos de concentración, pero estos campos existieron por 200 años aquí mismo, en Estados Unidos.” Un síntoma de nuestros tiempos, y de los grandes cambios sucedidos recientemente en la potencia. 

Publicado en Brecha el 24/1/2014

jueves, 23 de enero de 2014

Por qué Game of thrones

Más que un juego 



La historia de Game of thrones es demasiado amplia para describir con palabras, o para esbozar una suerte de sinopsis. ¿Por qué?, porque se trata de una obra coral, con decenas de personajes y más de un centenar de secundarios, porque se sostiene en una compleja trama de estratagemas y alianzas políticas, situadas en una incierta época con reminiscencias medievales y toques de fantasía. Así, la historia da saltos geográficos continuos, situando la acción cerca de personajes que se encuentran dispersos por un vasto mapa, ofreciendo varios puntos de vista sobre un mismo conflicto. 
El reino de Westeros se encuentra en una lucha perpetua. Como los recientes ascensos al poder no se encuentran exentos de traiciones, artimañas, mentiras y silenciamientos forzados, varias personalidades y familias se disputan el derecho al trono, creyendo ser los verdaderos y legítimos herederos. Cada líder erigido y sus propios reinos sufren sus propias adversidades, sus conflictos internos, en cada uno de estos micromundos hay diversidad de opiniones y es impuesta una cruzada premeditada y racional para hacerse con el poder, o simplemente para clamar la venganza hacia quienes lo ostentan. 
Podría parecer a simple vista una épica manida, otro hijo bastardo y caricaturesco de El señor de los anillos. Pero lo cierto es que Game of thrones tiene mucho para ofrecer, y mucho material que hubiese sido impensable dentro de la saga de J.R.R. Tolkien. En primer lugar, la lucha entre el bien y el mal ya no es tal; los bandos presentados tienen todos ellos sus personajes pérfidos y quizá otros un tanto más simpáticos; hay seres tan ambiguos que dudamos a la hora de empatizar o no con ellos. De cualquier modo, todos tienen sus motivos, defienden sus intereses, tienen un pueblo por el que luchar. Por más repulsivos que aparenten ser determinados personajes, puede comprenderse que obran por el cuidado de los suyos, como bien ejemplifica el nefasto patriarca Tywin Lannister. Ese juego de ambigüedades contrapuestas es la mejor basa con la que embiste la serie: cierto carácter puede parecer terrorífico hasta que demuestra impredecibles lealtades, rasgos de solidaridad o humanismo; de la misma manera, el personaje más heroico y querible puede caer en bajezas muy cuestionables. 
Otro de los rasgos por los que la serie se distingue de cualquier otra que se haya hecho es que hay niveles de sexo y violencia sin precedentes en el género épico. Y estamos hablando de caballeros teniendo relaciones homosexuales, de desnudos frontales, de violencia gráfica de toda clase, hasta eventualmente de torturas que obligan al espectador a girar la vista. Pero quizá lo más impactante de todo sea la forma en la que ciertos personajes cruciales, cuyas desventuras seguíamos con interés, son asesinados fríamente, de un golpe y sin aviso previo. El temor a la llegada del episodio 9 de cada temporada ya es un sentimiento asimilado por los adeptos a la serie; pues se sabe que no son capítulos fáciles de digerir. 
La culpa de todo la tiene el maldito y barbado George R. R. Martin, escritor de ciencia ficción, fantasía y horror, responsable de la extensa saga literaria Canción de hielo y fuego, novela río dividida en cinco tomos (y con dos aún por publicar) en la que fue propuesto el universo adaptado. Martin sigue de cerca el desarrollo de la serie televisiva, adaptando uno de los diez capítulos de cada temporada. Hoy llegado a los sesenta y cinco años y con algunos problemas de salud, no son pocos los fans que encienden velas para que no muera antes de terminar los dos tomos restantes. Por si acaso, Martin ha firmado un contrato con la HBO por el cual, si llegara a morir, los rseponsables de la transmisión tendrían derecho a terminar la serie de todos modos. Además de regalarnos historias únicas, Game of thrones cuenta con un reparto superior, principalmente de origen británico, entre los que se destaca un notable elenco infantil e intérpretes adultos que conciben personajes legendarios. La lista de meritorios es extensa, aunque quizá las mayores palmas se las lleve Peter Dinklage, el inefable y carismático Tyrion Lannister, un enano de linaje, un brillante estratega ubicado en el centro mismo de un nido de serpientes. Más que un juego, Game of thrones es un exabrupto de maldad. Y uno especialmente adictivo.

Publicado en Revista Dossier, 11/2013

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Por qué The Killing

viernes, 17 de enero de 2014

La mejor oferta (La migliore offerta, Giuseppe Tornatore, 2013)

Desvalijando almas 



Virgil (Geoffrey Rush) es un hombre obsesivo, metódico. Un renombrado anticuario que basó su éxito en comprar barato y vender por fortunas, en engañar a su clientela despreciando obras valiosísimas; como dijera el escritor Daniel Pennac respecto a la profesión, un hombre que hizo su carrera "desvalijando almas". Pero no se trata solamente de un embustero y un timador, sino que además es, en general, un tipo bastante desagradable. Su mal semblante casi permanente, su carácter despectivo y el desinterés por el prójimo lo convierten en un protagónico difícil de aceptar. Asexuado y sin interés aparente por las mujeres, parece sin embargo orientar su libido a contemplar su más preciada fortuna personal, una habitación repleta de cuadros históricos, únicamente de representaciones femeninas.
El primer gran mérito que cabe adjudicarle al director Giuseppe Tornatore (Cinema Paradiso, Pura formalidad) es lograr la identificación de la audiencia con este personaje. No es un proceso simple ni inmediato, pero paulatinamente Rush va logrando los matices necesarios para que se encuentren atisbos de humanidad en él, y hasta un insospechado enamoramiento. El segundo mérito está precisamente en ese objeto de deseo que comienza a irrumpir en su vida y a transformarlo por completo. Se trata de una muchacha agorafóbica (con miedo a los espacios abiertos), que permanece oculta y sin dejarse ver durante la mitad de la película, intrigando al protagonista y junto a él al espectador. Las mayores y más variadas sospechas puede despertar el personaje y sus motivaciones, y el suspenso logrado a partir de ese enigma es un notable acierto del guión. Es interesante la forma en que se presenta la mujer ideal para este perfil neurótico y malhumorado: una muchacha que ha pasado encerrada durante años, que necesita ser curada, instruída, que podría ser salvada e incluso manipulada por él a su antojo. Una mujer aparentemente inofensiva como las que cuelgan en los cuadros que atesora.
Pero es pasada la segunda mitad del metraje que la película pierde ese interés inicial. La chica se muestra, y si bien continúa teniendo sus costados ocultos, se vuelve algo mucho más patente, menos interesante. Durante esta segunda parte la trama se dilata demasiado y se pierde en idas y venidas de los personajes, en el vínculo amoroso y pasional y en la sospecha de una traición. Sin volverse pesada o llanamente aburrida, la película, siempre elegante y vistosa eso sí -la recargada puesta en escena al menos entretiene la mirada- termina por perderse sobre el final, cuando una vuelta de tuerca busca resignificarlo todo. El problema con este giro final es que no tiene nada de sorpresivo porque es algo que se sospecha desde el comienzo mismo de la película, y que además, no resulta en absoluto creíble. Podrá decirse que aquí no se busca el realismo ni la verosimilitud y que lo que más importa es el significado metafórico del asunto -hay especial énfasis en el tema de la falsificación y el fraude-, pero en definitiva deja pensando en un planteo demasiado rebuscado. Con Hollywood ya tenemos suficientes.

Publicado en Brecha el 17/1/2014

viernes, 10 de enero de 2014

El lobo de Wall Street (The Wolf of Wall Street, Martin Scorsese, 2013)

Relocos y repasados 

 


Esta película no es sólo un síntoma de nuestros tiempos, sino la prueba del cambio radical en la mentalidad estadounidense respecto a Wall Street provocado por la crisis bursátil de 2008, y el profundo trauma que dejó en la población. Que Martin Scorsese haga hoy una película centrada en los brokers, desmitificándolos y presentándolos como perfectos energúmenos, delincuentes equiparables -y con muy pocas diferencias- a los gángsteres de sus películas Calles peligrosas, Buenos muchachos o Casino, supone un cambio radical -y bienvenido- con respecto al Hollywood que había lanzado hace tan sólo siete años una película abominable llamada En busca de la felicidad, en la que Will Smith interpretaba a un hombre de a pie, desempleado pero genio de las matemáticas, que se hacía su lugar en Wall Street alcanzando el "sueño americano", erigiendo finalmente su propia empresa de corredores de bolsa y llevando así un plato de comida para su hijo. Efectivamente, daba asco. 
El lobo de Wall Street podría leerse como el reverso perfecto de aquella otra película. Centrada en la figura real de Jordan Belfort (Leonardo Di Caprio), un agente de bolsa de Nueva York, se expone su trayectoria desde sus inicios en los años ochenta cuando fue un simple vendedor de acciones cotizadas en centavos, su paulatina escalada multimillonaria y finalmente su aparatosa caída a fines de los noventa. No es menor el hecho de que el personaje recurra, al comienzo de la película, a un montón de dealers de poca monta, perfectos lúmpenes para su emprendimiento bursátil. Gente que no sólo carecía de aptitudes para las matemáticas, sino que además no tenía formación alguna, y mucho menos escrúpulos. Se sigue así una comedia desopilante con puntas dramáticas -aunque aún en los momentos más terribles y violentos continúa siendo graciosa-, y con un humor basado principalmente en esa misma premisa: la cortedad de miras y la ausencia de moral de los personajes. 
Scorsese, que supo ser un empedernido adicto a la cocaína en los años setenta y que llegó incluso a una sobredosis que lo dejó hospitalizado, conoce en carne propia el descontrol toxicómano, la vida entre prostitutas y el desmadre general constante que puede vivirse en esta película. Hay momentos desopilantes así como secuencias en las que el descontrol satura, tornándose desagradable e incómodo. Esa notable dualidad entre la simpatía y el rechazo que generan el protagonista y toda la película despierta una atracción morbosa constante, estableciendo cierta complicidad, alternando euforia con incomodidad y hasta una pizca de compasión durante los desbordes de patetismo. 
Uno de los mejores actores secundarios presentes, Matthew McConaughey (y esos que los hay a raudales, pero no podría nombrar a todos por cuestiones de espacio) da al comienzo pistas, claves esenciales para sobrevivir al trabajo en Wall Street: tomar mucha cocaína y masturbarse varias veces por día, por ejemplo. También enseña una especie de canto ritual indígena vaya uno a saber de qué origen, que será reproducido más adelante por el protagonista. Clara referencia a que no hay nada de sofisticado, de sustancioso o de profundo en este trabajo, sino que por el contrario se trata de un oficio en el que se recurre a varios de los aspectos más básicos del ser humano: la ambición más desacatada y la búsqueda irreflexiva de adrenalina. 

Publicado en Brecha el 10/1/2014

lunes, 6 de enero de 2014

Las mejores películas (XXII)

Les tengo que confesar algo: a veces miro hacia atrás estas listas y me digo: ¿cómo recomendé esta mierda de película?, pero por suerte somos gente cambiante y lo que ayer nos pareció bueno hoy nos puede resultar vomitivo y viceversa... Pero bueno, el punto es que esta vez estoy muy seguro de esta selección que les presento hoy. El reencuentro con viejos amigos y sobre todo, la aparición de nuevos talentos (o talentos que ni conocíamos) que aparecen encabezando esta lista, nos recuerdan que el año pasado fue un gran año para el cine mundial. Si aún les queda alguna para ver, háganse de ellas prontamente. Acá el señor se hace enteramente responsable ;)

The Act of Killing de Joshua Oppenheimer (Dinamarca, Noruega, Reino Unidos) 
Los flamantes productores de esta película son nada menos que Errol Morris y Werner Herzog. En Indonesia, se vive desde hace cuarenta años un estado de sitio, una dictadura disfrazada de democracia en la cual los gángsters son dueños de la calle y hacen lo que se les place, con perfecta impunidad. Muchos de ellos, héroes nacionales por haber exterminado un millón de comunistas en los años sesenta, hablan sobre las formas de asesinar masivamente, sobre como diezmaron aldeas enteras, violaron y torturaron. Monstruos reales presentados en su cotidianeidad, en uno de los documentales más increíbles jamás filmados. 

In the flesh de Jonny Campbell (Reino Unido) 
En rigor, es una serie de la BBC, de tan sólo tres capítulos. El ataque de las hordas zombis ya fue repelido por los humanos, y hasta se obtuvo la cura para traerlos de vuelta a sus familias y a sus casas. Pero no todo el mundo está de acuerdo con la reincorporación, y en algunos barrios hay grupúsculos armados, quizá parientes de víctimas de ataques zombis dispuestos a exterminar la vieja amenaza... para un ex zombi la vuelta a la vida no es un camino fácil. Seguramente la mejor expresión audiovisual de muertos-vivos que haya visto, (en efecto, incluso mejor que The night of the living dead).  

Gravedad de Alfonso Cuarón (Estados Unidos) 
La primera pregunta que surge después de ver este pedazo de película es cómo cuernos hizo Cuarón para filmar algo así. Cine de atmósferas en donde no hay arriba ni abajo, las cosas levitan y se entremezclan, todo se destruye, todo es una cuenta regresiva hasta la muerte segura, no hay movilidad adentro de los trajes y la inercia es el peor enemigo. Una experiencia cinematográfica de la gran puta, una inmersión absolutamente tensa y vertiginosa, extenuante como pocas. Pensábamos que era imposible que una película con Sandra Bullock fuera buena, y nos equivocábamos.  

La grande bellezza de Paolo Sorrentino (Italia) 
Quién hubiera dicho que el gran Paolo Sorrentino se convertiría en el Fellini de la década del 2010. Pues es así, y qué brutal despropósito que se mandó. De la mano de un periodista mujeriego, noctámbulo, deprimido e indolente, se nos ofrece una visión sobre la vida en los círculos aristocráticos y culturosos de la ciudad de Roma. Con ironía, arrojando ácidos a diestra y siniestra, el protagonista se abre paso a través de una gran galería de absurdo vacío, con la decepción a la vuelta de cada esquina. De a ratos se impone, portentosa e indiscutible, la belleza. 

Wolf Children de Mamoru Hosoda (Japón) 
La crianza de dos niños-lobos no es tarea fácil, menos aún si la madre es viuda, si ya están crecidos y alcanzaron la primera adolescencia. Allí deben debatirse si optar por seguir una vida en sociedad, junto a otros seres humanos, o en el bosque mismo, junto a otras criaturas. Un animé hermosísimo, logrado por Hosoda, el mismo autor que nos cautivó con The girl who lept through time y la brillante Summer Wars. Con frescura, sensibilidad, sabiduría, y ese humanismo tan propio del mejor cine de animación japonés.  

Prisoners de Denis Villeneuve (Estados Unidos) 
A dos parejas vecinas les sucede lo peor: sus niñas pequeñas desaparecen, juntas, sin dejar rastro. Luego de buscarlas un buen rato, se impone la certeza de un secuestro. Cuando la policía comienza a investigar, el caso parece tan difícil como inaprensible, y es por esta razón que uno de los padres decide poner cartas en el asunto, con la brillante idea de utilizar la tortura para obtener confesiones. Impactante radiografía de la idiosincrasia religiosa norteamericana, centrada en ese pragmatismo tan suyo a la hora de resolver situaciones. Como thriller policial, la película además funciona de maravilla.  

Profesor Lazhar de Philippe Falardeau (Canadá) 
En una escuela primaria de Montréal ocurre lo que no debería pasar nunca. Una maestra se suicida en medio del salón de clase. El colegio debe conseguir un profesor sustituto a mitad de año, capaz de contener a un grupo de niños en pleno proceso de afrontar el shock y el posible trauma. El profesor del título, inmigrante argelino, es a quien le toca lidiar con ellos. Una película sensible pero no sensiblera, llevada con mano firme y nada discursiva, que versa sobre las formas de abordar la muerte a nivel institucional y grupal. Sobre los tabúes y las dificultades de integración. 

El conjuro de James Wan (Estados Unidos) 
Lejos del terror posmoderno y bobalicón a lo Cabin in the woods, acá tenemos una narración simple y clásica, una concepción firme, marca del malayo James Wan, personajes muy bien logrados y horrores atemporales. La recomendación podría ir acompañada también de la notable Insidious 2, pero creo que esta es aún más perfecta y está mejor resuelta. Los mejores detalles son la apariencia de naturalidad y hasta cierto humor, que lo religioso esté exento de rollos grandilocuentes y, naturalmente, ese gran exorcismo final. Wan dice que se retira del cine de terror, y es una verdadera pena. 

Una pistola en cada mano de Cesc Gay (España) 
La crisis de identidad a los 40, desde múltiples perspectivas. Con mucha puntería, el realizador catalán Cesc Gay plantea una película casi feminista en la que expone, como en una obra coral, a varios personajes masculinos que bordean el patetismo, llegados a un punto vital en el que se ven entrampados, o tomando decisiones claramente equivocadas. Los personajes son inolvidables en parte gracias a la inmensa selección de actorazos, de los mejorcitos que pueden encontrarse por la península ibérica, más algún otro de por acá cerca... 

Las ventajas de ser invisible de Stephen Chbosky (Estados Unidos) 
Seguramente una de las sorpresas del año. Es ciertamente extraño que un novelista intente dirigir una película y le quede tan bien. Las típicas dificultades de un adolescente introvertido y estudioso para encajar en una secundaria son expuestas con comprensión y humanismo, y cuando el chico es adoptado por un par de amigos que no parecen tenerle miedo a nada, el vínculo lo lleva a sus primeras vivencias y decepciones. Una película que expone con sensibilidad una etapa vital en la que los lazos humanos son determinantes, y el profundo dolor que surge al perderlos y tener que afrontar definitivamente la adultez.

Lluvia de hamburguesas 2 (Cloudy with a chance of meatballs, Cody Cameron, Chris Pearn, 2013)

Ya no llueven, pero da lo mismo 

 


La espectacular primera entrega había sido una gran sorpresa. Sony Pictures animation, lo que hasta entonces había sido un impecable estudio de animación estadounidense que había logrado una película brillante (Surf’s up) entregaba otro gran éxito con muchas peculiaridades. La primera Lluvia de hamburguesas estaba dotada de un ritmo trepidante y adictivo, de una historia tan extraña como divertida e irreverente y de una inventiva visual atípica. Con seres elásticos y de movimientos imposibles, con gags perpetrados a toda velocidad y un gran sentido anárquico, la animación se sentía más cercana a las clásicas caricaturas de la Warner Bros que al cine de animación dominante, más jugado a texturas y a movimientos realistas. Más adelante, Sony Pictures Animation pareció perder el rumbo y la solidez que lo caracterizaba ofreciendo películas que, si no llegaban a estar mal del todo, carecían de la gracia y el empuje de las anteriores (Los pitufos 1 y 2, Hotel Transylvania, ¡Piratas!, una gran aventura). 
Manteniendo la dignidad pero no el buen nivel de antes, en esta secuela hay un cambio de peso. La dupla de directores de la primera (Phil Lord y Chris Miller) fue sustituida por otra nueva, un par de animadores más inexperientes (Cody Cameron y Kris Pearn) y un grupo de guionistas que parecieran estar peleándose en el mismo trayecto de la película por ver quién aporta más líneas de diálogo. El resultado es un tanto abrumador, una obra sobregirada que, a pesar de contar con personajes atractivos que ya habían sido introducidos antes, demora mucho en cautivar, sin ofrecer momentos de distensión como para dejarle entrar aire al relato y permitir que sus personajes y el espectador respiren un poco. Hay momentos muy graciosos y de gran inventiva, se presenta un mundo inevitablemente atrayente (habitado por comida viviente y animalizada, a veces entrañable) y personajes que son lo máximo (el policía y una frutilla parlante sobre todo), pero es esta la clase de cine que se sustenta más en una acumulación de chistes que en una buena historia. Ya se sabe quién es el malo desde el primer fotograma en que aparece y no presenta ningún matiz que lo vuelva interesante. Las referencias cinéfilas son casi constantes y aluden a Jurassic Park, La misión, El regreso del Jedi, entre otras, pero la explosiva gama de colores y tanta variedad y riqueza de detalles merecían un poquito más de reposo.

Publicado en Brecha el 3/1/2014

viernes, 3 de enero de 2014

La cacería (Jagten, Thomas Vinterberg, 2012)

El peor de los panoramas

 


Cuando existe la sospecha de un abuso sexual a un niño, el procedimiento a seguir debe ser el adecuado, y es importante que el interrogatorio a la presunta víctima sea realizado, primero que nadie, por una persona especializada en el tema. Esta película muestra, entre otras cosas, las nefastas consecuencias de no seguir estas indicaciones, en muchos casos provocando daños irreparables a ciertos individuos y su entorno social. 
Cuando a un niño se le somete a un incómodo interrogatorio, y se le hacen afirmaciones y preguntas orientadas de tipo "sabemos que te tocó", o "¿te tocó acá, verdad?, es probable que el niño conteste cualquier cosa con tal de zafarse de esa situación tan terrible y a veces llanamente traumática. En esta película una niña pequeña y enojada se inventa una historia referida a un docente que se encuentra de paso por su escuela, alarmando primero a la directora del colegio y luego, haciendo cundir el pánico en toda la comunidad. Se demuestra aquí todo lo que no hay que hacer en estas situaciones: apelar al dicho popular de que "los niños no mienten", acudir a personas no especializadas para los interrogatorios, y comunicar lo sucedido a los demás padres sin hablar antes con las autoridades pertinentes. 
Es así que esta historia muestra a un protagonista inocente que de golpe se ve envuelto en el más injusta y horrenda de las situaciones. Los rumores y la paranoia colectiva se van encadenando y en estos casos hasta es común que surjan otros casos inventados por otros niños, acusando al mismo presunto abusador. Hoy, con la existencia de las redes sociales, y ciertas tendencias sociales a hacer justicia por mano propia, el asunto se puede convertir en una caza de brujas. Esta película es hábil en exponer este fenómeno por el cual la certeza absoluta de algo es capaz de contagiarse a los demás, extendiéndose como un virus. Y cuando una bola de nieve se vuelve demasiado grande, prácticamente no hay formas de detenerla. 
Al director Thomas Vinterberg se lo recuerda sobre todo por su debut La celebración, también centrada en un caso de abuso a niños (aunque en ese caso el abusador sí era tal) y por haber firmado junto a Lars Von Trier y otros cineastas el polémico manifiesto del Dogma 95, con el que pretendían cambiar las bases del cine mismo -aunque ni ellos parecían tomárselo muy en serio-. La película es muy recomendable en cuanto mantiene la tensión muy alta de principio a fin; los actores están todos muy bien y la anécdota está notablemente narrada. Cerca del final toma un giro un tanto curioso: el protagonista recurre a la violencia como forma de afirmarse y convencer a los demás de su inocencia. Como cuestión cinematográfica, catártica y de género esto funciona muy bien, pero la historia transitaba el realismo hasta ese momento y realmente cuesta creer que esa vía sea efectiva, y que un hombre en esa situación recurra a ella, con los riesgos que implica. 

Publicado en Brecha el 3/1/2014

viernes, 20 de diciembre de 2013

Robamos secretos: La historia de WikiLeaks (We steal secrets: The story of WikiLeaks, Alex Gibney, 2013)

Una revolución problemática 

 

Una iniciativa controversial e inusitada como WikiLeaks, ese descomunal operativo de fiiltración de documentos llevado adelante por apenas media decena de personas y que supo encender iras furibundas de banqueros, empresarios, políticos, militares y tantos otras figuras internacionales pertenecientes a las más altas esferas del poder, merecía un acercamiento detenido. Si el valiente emprendimiento ya de por sí llama a la identificación, aquí se despliega, a modo de thriller, un ágil y ameno recorrido a través de su historia, dando cuentas de los escollos y problemáticas que hicieron peligrar la iniciativa y que incluso la llevaron a ser cuestionada como herramienta periodística. Así, esta película significa, para el que no siguió el tema de cerca o no lo tiene tan fresco, una ilustrativa puesta a punto que cuenta someramente los hitos más relevantes: el primer gran éxito cuando la filtración de documentos bancarios durante la crisis financiera en Islandia, y que derivó en el conocimiento público de una estafa multimillonaria; su alianza estratégica con los grandes medios de prensa de todo el mundo y el respaldo que ellos le dieron originalmente; el video de tiroteos a periodistas y la ventilación masiva de cables y documentos del Pentágono relativos a la intervención militar en Afganistán e Irak; el controversial episodio del presunto abuso sexual a dos mujeres por parte de Julian Assange; la solidarización del grupo Anonymous y sus ataques a Visa, Mastercard y PayPal cuando estos retiraron del sitio su intermediación para las donaciones. 
Pero este documental se detiene especialmente en dos puntos determinantes, referidos a los costados más polémicos de Assange. El primero de ellos es el escándalo sexual: lejos de lo que muchos creyeron en su momento, se dan elementos como para creer que Assange realmente abusó de las chicas (quitarse el preservativo en pleno acto sexual, contra la voluntad de la otra persona, convierte a partir de ese momento a una relación consensuada en un abuso); naturalmente, esta circunstancia que podría haberse resuelto con un análisis de VIH (lo que ellas pedían) y quizá algún trabajo comunitario, tomó conocimiento público y se convirtió en la excusa perfecta para desacreditar el desempeño todo de Assange, y de paso, para intentar colocarlo entre rejas. El otro punto es la muy dudosa ética periodística de Assange, un abanderado de la liberación de información ante cualquier circunstancia (salvo cuando la afecta a él), que se negó a editar o tachar los nombres de informantes afganos que habrían pasado datos al Departamento de Estado norteamericano: “son informantes, colaboradores, merecen morir” dijo en entrevista con el periódico británico The Guardian
El documentalista Alex Gibney ya se había dado a conocer con las también notables Enron: The smartests guys in the room y Taxi to the dark side, y aquí propone otra atractiva investigación, factible de cuestionarse y no exenta de datos polémicos y poco inocentes, pero con los elementos y el rigor necesarios para ser considerado un aporte imprescindible.

Publicdo en Brecha el 20/12/2013

martes, 17 de diciembre de 2013

La sospecha (Prisoners, Denis Villeneuve, 2013)

El dolor y la moral 



Hace un par de años festejábamos en este blog el estreno de Incendies, demoledora y multipremiada película del cineasta quebequense Denis Villeneuve, quien si bien había tenido una trayectoria prolífica, recién se daba a conocer por estas tierras. Incendies fue un brillante drama multidimensional con un trasfondo histórico, referido al conflicto en Oriente Medio. El portentoso uso del audiovisual para generar atmósferas, el suspenso y el poder de impacto eran sus principales méritos, aunque sus detractores señalaban una trama demasiado enrevesada, quizá manipuladora en función de una moraleja antibélica. 
Todo ese mismo talento, toda esa misma ambición pueden verse volcados en La sospecha -por su parte, traducción perfecta del título original Prisoners-, un thriller, un policial negro de los más terroríficos, una experiencia inmersiva y pesadillesca del tenor de Oldboy o Sympathy for Mr Vengeance, y con un reparto de lujo (Hugh Jackman, Jake Gyllenhaal, Viola Davis, Maria Bello, Terrence Howard y Melissa Leo entre otros grandes). La trama empieza desde la desesperación: como en Séptimo por un levísimo descuido de sus padres dos niñas desaparecen, y luego de buscarlas por todas partes, la idea del secuestro se hace cada vez más patente. Como en la serie The killing, seguimos a un policía en su investigación y paralelamente a la familia, en su profundo dolor y en su búsqueda particular. Al igual que en esa serie, bajo una lluvia casi constante ambas partes seguirán pistas falsas, o leerán erróneamente los rastros llegando a puntos de profunda impotencia, generando con su propio accionar daños graves e irreversibles. Cuando los padres de familia creen dar con el criminal y lo someten a intensas sesiones de tortura para averiguar el paradero de sus hijas, el asunto adquiere un cariz realmente siniestro. Entramos en esos incómodos recintos tan propios del noir, en los que la justicia por mano propia se convierte en una tentación peligrosa, las identificaciones y la moral se desdibujan, las víctimas se convierten en victimarios y la misma ideología del cineasta comienza a ponerse en entredicho. 
Quien no vio la película quizá debiera dejar de leer por aquí, pues a continuación se cuentan detalles importantes de su resolución. Surge entonces una nueva y muy interesante vuelta de tuerca a la temática, visto que en este caso ni las sesiones de tortura ni la violencia policial conducen nunca a nada. Hay una clara y profunda crítica a la idiosincrasia estadounidense, y a ese pragmatismo moral que defiende determinados medios justificados por un fin, sobre todo cuando el implicado está seguro de que esos medios llevan indefectiblemente a ese fin y a ningunos otros. Esta forma de pensar viene ligada directamente con una base religiosa, pareciera decir la película, y no sin fundamentos. 
Muchos espectadores han manifestado su indignación ante elementos que aparentemente no “cierran” en la trama, y a ellos correspondería recomendarles que vean la película otra vez. El guión aquí parece mucho más sólido que el de Incendies, y su concreción audiovisual igual de poderosa.

Publicado en Brecha el 13/12/2013

jueves, 12 de diciembre de 2013

28 Festival Internacional de Mar del Plata

Cuando el cine se impone



Con cerca de cuatrocientos títulos en exhibición distribuidos en doce salas, con funciones que comienzan a las nueve de la mañana y trasnoches que pueden terminar a las 3 de la madrugada, el Festival de Mar del Plata es una portentosa inmersión cinematográfica, una propuesta imposible de abarcar y una ventana al mundo sin parangón en latinoamérica. No en vano es el único festival latinoamericano catalogado como "clase A" por la FIAPF (Federación Internacional de Asociaciones de Producciones de Films), categoría otorgada solamente a un puñado de festivales en el mundo. Para ganarla se necesita cumplir con una serie de requerimientos: un trabajo anual sostenido, una seria selección de películas y de jurados para las competencias, una especial atención a la prensa interesada, un estricto cuidado para evitar el robo o la copia ilegal de las películas a estrenar, un visible apoyo a la industria cinematográfica local y un sistema de seguros que salvaguarde a las copias participantes, además de contar con publicaciones oficiales y materiales de difusión que cumplan con los más altos estándares. El grueso y pesado catálogo impreso, con la descripción de cada una de las películas exhibidas, sería factible de ser usado como una implacable arma arrojadiza, y a uno hasta podría sacarlo de problemas.
Lo que llama particularmente la atención es el carácter popular del festival, su inmenso éxito de público. Las entradas son muy baratas (15 pesos argentinos) algunas funciones suelen agotarse mucho tiempo antes de empezadas, y existe un gentío local fijo que se arroja a los cines durante ocho días y despide las películas con efusivos aplausos (incluso las que no los merecen). En las largas colas hacia los cines, en las esquinas, la gente consulta y discute la programación decidiendo en qué cuatro películas destinará las restantes horas del día. Por la ubicación de las salas de cine, debe de ser además uno de los festivales existentes más cómodos y prácticos, ya que los cines se encuentran distribuidos en un área reducida, a poca distancia uno del otro -como máximo toca caminar diez cuadras desde el Auditorium central a uno de los Shoppings-, y a su vez muy cerca de la rambla, lo que permite alternar el encierro con paseos al aire libre por la costa. Los precios de la ciudad son aberrantemente baratos, y para el visitante uruguayo eso puede significar una oportunidad de comer muy bien en un restaurante sin miedo alguno a ser desvalijado. Pizzerías que venden una porción de muzzarella a ocho pesos argentinos, vendedores ambulantes que ofrecen deliciosos churros rellenos a cuatro pesos. Por 40 pesos se puede almorzar copiosamente, con pan y refresco.
El fin de semana, Mar del Plata bulle. A los aumentos de temperaturas se sumó un fin de semana largo para la población argentina -se conmemoraba con retraso la Batalla de la Vuelta de Obligado- lo que provoca que las calles principales se tapen de gente, de alguna manera marcando el preámbulo de lo que será la insoportable temporada alta, caracterizada por playas atestadas y toda la infraestructura de restaurantes y hoteles funcionando a tope. El festival termina por darle un aire pintoresco a la marejada de gente, ya que entre los transeúntes puede verse caminando a Leonardo Sbaraglia, a Pierre Etaix, al surcoreano Bong Joon-ho, a Graciela Borges y a la brillante actriz chilena Catalina Saavedra, entre tantos otros. 
Ricardo Darín da una conferencia en un auditorio atiborrado -en breve será publicado un artículo al respecto-, mientras en otro cine se estrena, con la presencia del productor, una película mexicana que acabará llevándose el premio a mejor película. Al mismo tiempo se proyecta el clásico Electra de Miklós Jancsó en copia restaurada, se presenta un libro y tiene lugar un toque de varias bandas (pop pegadizo, reggae, electrónica, punk). La sensación de estar perdiéndose constantemente de eventos únicos sólo puede compensarse con la certeza de estar recibiendo una concentrada inyección del mejor cine. 
Según los asiduos, la programación de este año no fue tan buena como la del año pasado, pero eso porque la anterior edición había sido excelente. Este año sí pudieron verse varias películas poco interesantes o directamente pésimas (como la argentina Tiro de gracia, basura de género "inteligente" o O sol nos meus olhos, uno de esos soporíferos cantos a la nada cinematográfica), pero si se promediara el nivel de las producciones, la calidad sería muy superior a la media de los festivales internacionales.
Otro de los puntos fuertes han sido siempre las retrospectivas de directores. Este año concretamente Bong Joon-ho (también publicaremos un artículo específico sobre el genial director surcoreano), John Landis y Pierre Etaix estuvieron presentando sus películas y charlando con el público acerca de ellas. También hubo una retrospectiva de John Boorman y una videoconferencia con él, se pasaron películas del período mudo de Alfred Hitchcock, hubo una revisión de los clásicos de Roberto Rossellini, de Juan Antonio Bardem y Gabriel Figueroa, y se proyectaron películas argentinas restauradas de Hugo del Carril, José Agustín Ferreira y otros.


China crece.  Pero pasando a los grandes hallazgos: seguramente la película más imponente de las que pudo ver este cronista es A touch of sin, del director chino Jia Zhang-ke. El realizador de The world y Naturaleza muerta concibió una película como nunca la hubiéramos imaginado. Quien haya visto sus anteriores películas podrá recordar que son obras más bien lentas, en un registro cuasi-documental, centradas en ambientes y estados de ánimo, y en las que son expuestos cuadros de decadencia y nuevas formas de miseria. Aquí, el titulo que alerta sobre la participación de la Kitano Office al comienzo del filme, quizá adelante de alguna manera lo que vendrá después: un increíble exabrupto de violencia, digno del Kitano más despiadado. Hombres dándoles de palos a otros e incluso a mujeres, puñaladas varias, tiros de escopeta reventando cabezas, sangre saliendo a borbotones. Pero aún así puede reconocerse la mano de Jia, ya que expone cuatro historias sobre las más tristes y terroríficas facetas del crecimiento y el "progreso" de la China industrializada de hoy. Trabajos precarios e insalubres, antiguas fábricas desmanteladas, corrupción, decadencia moral y el extraño e invasivo sentimiento de que el orden social proclamado no es nada más que una fachada que esconde inmensas cantidades de tristeza. 
Cada una de las historias presentadas en la película tiene un correlato, incidentes reales de la crónica roja que, a pesar de haber obteniendo escasa cobertura mediática, son bien conocidos para la población China. Así, la violencia no es en absoluto gratuita y refiere a cierto "estado de cosas" que puede vivirse al interior de la nueva potencia mundial. Incidentes "pequeños" que culminaron en violentos estallidos, exabruptos que parecerían desmesurados respecto a las causas que los originan. Lo que da a entender Jia es que detrás de lo que vemos hubo un cúmulo de injusticias, los personajes traen dentro de sí angustia acumulada, una vida insatisfactoria cargada de represión. La sucesión de cambios estructurales recientes significaron para ellos sólo perjuicios; las grandes corporaciones, aliadas con el gobierno, han sustituido eficazmente al Partido Comunista determinando la existencia y las condiciones de vida en el país y, según las palabras del director, los débiles recurren a la  violencia "como la manera más rápida y directa de recuperar algo de la dignidad perdida".
Jia logró dos cosas absolutamente increíbles. Primero, sortear al estricto comité de censura chino, que ha resultado ser infranqueable para filmes mucho más inocuos. Aquí seguramente la verdadera explicación sea que entre los fans del cine de Jia se cuenta un hombre llamado Xi Jinping, y que vendría a ser nada menos que el actual presidente de China. Segundo, lograr lo que muchos intentan infructuosamente, es decir, plantear una historia de venganza, de antihéroes bajo presión que explotan en catarsis violentas, pero con un trasfondo social verdadero e insoslayable. Como si una película como Kill Bill se basara en temas tipo la crisis en el sistema de salud norteamericano o la debacle financiera. Jia triunfa y entrega cine de género puro en un terreno de cine social, logrando así afirmarse donde muchos otros cineastas patinaron estrepitosamente. Por esa y algunas razones más, A touch of sin es una de las mejores películas de nuestros tiempos.

Transgresiones varias. La ganadora de la Competencia Argentina fue la notable La utilidad de un revistero, de Adriano Salgado. Si decimos que se trata de una película concebida con un solo plano (en realidad son dos, porque cerca del final hay un corte con fundido a negro) prácticamente estático (hay un sólo y leve movimiento de cámara en determinado momento) y con tan sólo dos actrices, muchos podrían pensar que se trata de un rollo experimental absolutamente aburrido e infumable, cuando en rigor es todo lo contrario. La película muestra la interacción de dos muchachas adentro de un departamento de Buenos Aires; una de ella se presenta como candidata para un trabajo como colaboradora para la construcción escenográfica de una obra teatral, y la otra intenta chequear su idoneidad y sus posibles aptitudes. La informal entrevista comienza a transformarse en una charla en la que la planificación de la obra deriva en una cena conjunta con algún accidente doméstico, y un hilarante intercambio acerca de las mejores maneras de dar sexo oral. Las dos actrices (brillantes) despliegan un largo duelo actoral con efectivas puntas humorísticas, en el que empiezan a dar a los personajes cierta complejidad, dimensiones ocultas que acaban forjando cierta densidad humana. Enfrentando al espectador a sus propios prejuicios (en un comienzo las chicas aparentan ser bastante pelotudas, y terminan siendo algo totalmente distinto), la película utiliza el reducido espacio estableciendo un juego metacinematográfico y de espejos, proponiendo asimismo una reflexión respecto a la puesta en escena teatral y cinematográfica. Una gran ópera prima, diferente, lúdica y muy entretenida de un promisorio director al que conviene seguir de cerca. Sobre la atípica concepción, Salgado ha dicho: “Con este larguísimo plano secuencia quise demostrarme sobre todo que los cortes en el montaje no garantizan ni entretenimiento ni efectividad, y que incluso a veces el corte puede ser una gran decepción”. 
El enfant terrible canadiense Bruce LaBruce acierta con Gerontophilia, la historia de un chico de 18 años que siente una gran atracción fetichista hacia los hombres viejos, de modo que su nuevo trabajo en un asilo de ancianos -una labor que sus pares detestarían- para él resulta el paraíso. LaBruce hace uso de un estilo elegante provisto de bellas y pulcras composiciones fotográficas y de una narrativa clásica para construir una absolutamente atípica historia de amor entre este muchacho y un octogenario internado en el asilo. 
Es muy curiosa esta nueva película de LaBruce, ya que se recuerda al director como a un terrorista de la imagen, como a un transgresor que gustaba de herir sensibilidades. Normalmente se lo identifica con el movimiento  subversivo de los años 90 llamado "New queer cinema" o, como el prefiere, con el "queercore", y es admirado por ciertos sectores de la comunidad LGTB más underground. Sus seguidores se refieren a él como a un revolucionario auténtico y como a un innovador que supo filmar películas porno gay con zombies y vampiros, que mezcló el porno con el cine independiente, y a través de sus películas dio a conocer parafilias de las que muchos ni siquiera habíamos escuchado hablar.  
Es sumamente bienvenido este filme, un vuelco de LaBruce al cine apto para las grandes audiencias. Con este vuelco, pareciera haber dado un giro a su estrategia política, ya que, valiéndose de los parámetros del cine romántico vuelve accesible y "normaliza" un vínculo que muchos podrían apresurarse en catalogar como aberrante u obsceno. Pocas cosas tan difíciles como traer a tierra algo como la gerontofilia y demostrar que puede derivar en vínculos amorosos como cualquier otro. LaBruce crea personajes queribles y creíbles, dignos y al mismo tiempo defectuosos. La aproximación cálida, íntima y humana puede derrumbar prejucios sobre ciertas categorizaciones injustas, a la par que trae una nueva e indiscutible acepción a la palabra "ángel". Otorgándole humanidad a sus criaturas, LaBruce rompe esquemas y se acerca un poquito más y, ahora sí con mayor legitimidad, al calificativo de "revolucionario". 

En los márgenes. Una de las más agradables sorpresas del festival fue la película argentina Mujer conejo de la directora Verónica Chen (Vagón fumador, Agua). La protagonista es una argentina de rasgos chinos, no entiende una palabra de chino y se desempeña como inspectora municipal, encargada de conceder la habilitación a locales según las leyes establecidas. Cuando se niega a conceder la habilitación a un establecimiento de la mafia china, se ve involucrada en un lío mayúsculo de tríadas, explotación laboral y mutación genética. Si bien el foco parece orientado a las penosas condiciones de trabajo que sufren los inmigrantes, el submundo de los negocios ilegales y los vínculos mafiosos que presionan por matenerlos en la clandestinidad, la película adquiere un tono realmente bizarro cuando trae a la historia a una manada de conejos carnívoros, y cuando recurre a la animación y la alterna con la acción real para relatar ciertos tramos. Quizá lo que disminuye un poco la calidad de la película sean precisamente estos tramos de animación (y no animé, como dicen erróneamente el 90% de las reseñas referidas a la película), toscos y poco profesionales. Pero qué bien la alegoría de los conejos para explorar ciertas temáticas como la interculturalidad, el mestizaje y el cautiverio del hombre por el hombre. Como co-guionista de esta poderosa historia figura en los créditos un nombre uruguayo y salteño: el de la escritora Inés Bortagaray, también co-autora de los guiones de Una novia errante y La vida útil.
Del panorama chileno, seguramente la mejor propuesta fue Las niñas Quispe, de Sebastián Sepúlveda (La León, Joven y alocada) en la que se relata un episodio más bien desconocido de la dictadura chilena. En 1974 Pinochet ideó un plan para extender su control hasta las zonas más remotas de Chile, y para ello envió a sus carabineros a confiscar los rebaños de los habitantes del altiplano, con la idea de reubicar a la gente en otras regiones más accesibles. En este contexto, las hermanas Quispe son tres mujeres mayores, apolíticas y analfabetas, que viven arduamente de su trabajo con los animales, en el medio de la nada, en llanuras desérticas surcadas por las montañas. A partir de los rumores que les llegan, comprenden que los lugareños vecinos están desapareciendo uno tras otro. El episodio es elocuente acerca de cómo una dictadura militar es capaz de instalar el miedo y reproducirlo hasta los últimos y más inalcanzables confines de una región, y asimismo como es capaz de alterar, perjudicar y destruir la vida de personas que no sólo no son opositoras al régimen sino que además serían llanamente incapaces de discernir la diferencia entre un gobierno u otro. 
Se pueden nombrar otras obras de sumo interés como la mexicana Los insólitos peces gato, ganadora de la Competencia Latinoamericana, la griega The eternal return of Antonis Paraskevas, la estadounidense The dirties, la argentina Choele, la portuguesa È o amor y la chilena Las analfabetas, pero son demasiados títulos y no hay tanto tiempo. Ahora lo que cabe esperar es que todas estas películas obtengan su debida distribución en el Uruguay; es cine que se impone, y que no convendría dejar pasar. 

Publicado en Brecha el 13/12/2013

viernes, 15 de noviembre de 2013

Capitán Phillips (Captain Phillips, Paul Greengrass, 2013)

Una carga excesiva 

No hay caso, en Hollywood hay una creencia de que el “prestigio” cinematográfico viene de la mano de la gravedad, la seriedad y la apariencia documental. De concebir ficciones con cámaras al hombro, montajes fragmentados, escenas confusas y dinámicas, con voces superpuestas y en un registro caótico por el cual la mitad de las cosas quedan fuera del cuadro o son captadas parcialmente. Varias películas de género son revestidas con esta apariencia de objetividad impersonal y de verdad indiscutible, y ciertamente se vuelven un tanto molestas cuando se centran en hechos “históricos”, como la caza de Osama Bin Laden desplegada por Katryn Bigelow en La noche más oscura. Incluso la nueva trilogía de Batman apela rotundamente a esa gravedad impostada, que a muchos nos resulta más soporífera que otra cosa. Entre los cineastas más apegados a esta estética, se destacan sobre todo Christopher Nolan, Michael Mann y, por supuesto, el británico Paul Greengrass (Vuelo 93, Domingo sangriento, Bourne ultimátum).
En este registro de personajes rígidos y de gravísimo semblante, inmersos en situaciones hiperdialogadas, de frialdad casi burocrática y pretensiones de realismo, puede inscribirse esta película. La historia está basada en las memorias del Capitán Phillips, en las que relata sus desventuras a bordo del inmenso navío estadounidense Maersk Alabama. El buque transportaba un descomunal cargamento de contenedores con agua y alimentos para África, pero en el camino fue interceptado por una banda de piratas que lo abordaron y tomaron el control. Las cosas no salieron muy bien y culminaron en un secuestro. Entramos en el terreno de lo que a Hollywood le gusta más: el despliegue de uniformados perfectamente adiestrados, equipados, comunicados y sincronizados, con sus equipos abocados a un operativo de rescate. Más publicidad para la Armada de los Estados Unidos.
Sin embargo, Greengrass sabe lo que hace. Hay un despliegue visual ciertamente poderoso, repleto de detalles, de las características y el funcionamiento del buque, de los procedimientos tomados, incluso se acompaña a los mismos piratas y a su trabajo esclavo sobre las costas de Somalía (saquean los barcos por encargo, recibiendo tajadas mínimas). Las actuaciones son notables: se destaca especialmente el somalí Barkhar Abdi, -por primera vez frente a cámaras- como el líder pirata, y Tom Hanks convence en una interpretación absolutamente sorprendente. También hay apuntes subyacentes que llaman a la reflexión, como la cercanía a la nulidad del valor de las vidas humanas en determinadas condiciones –para el protagonista, sin ir más lejos, llevar la carga a su destino parecería más importante que salvar la vida de su tripulación–. Pero 134 minutos quizá sean excesivos considerando que hay información redundante, un final que se hace esperar demasiado –aunque cuando llega, lo haga con una fuerza inusitada– y esa frialdad burocrática que impide la identificación con los implicados.
El año pasado salió una película danesa bastante mejor llamada A hijacking, también centrada en un ataque pirata somalí a un buque de carga, con la salvedad de que la tensión era constante y la identificación con los protagonistas inevitable. La comparación vale la pena.

Publicado en Brecha el 15/11/2013

lunes, 11 de noviembre de 2013

Muerte al plato, y con tocino extra

Directo a la coronaria

En la ciudad de Chandler, Arizona, abrió en el 2005 la llamada "The heart-attack grill" (algo así como "La parrillada del ataque al corazón") caracterizada por una oferta gastronómica sumamente particular. Mucho se ha hablado de la comida chatarra en Estados Unidos, y de los graves problemas de salud acarreados por su consumo frecuente, así como se ha visto que las grandes cadenas de comida han incorporado a sus menús nuevas ofertas de líneas naturales, con ensaladas, frutas y demás para "disimular" el daño y disponer al menos la posibilidad de meterle algún alimento sano al organismo. 
Pero The heart-attack grill, ahora ubicada en Las Vegas, es exactamente lo contrario: el menú del lugar está basado en la premisa de ser lo más dañino e insalubre posible, y se promueve indisimuladamente esa máxima. Al ingresar, todos los clientes deben ponerse una bata de hospital antes de ser servidos, y las meseras, disfrazadas como sexys enfermeras en vestidos rojos provocativos, llevan estetoscopios colgados, con los que los auscultan al ingresar y apuntan las órdenes en una hoja de "prescripciones". El menú es nefasto: papas fritas cocinadas en manteca pura de cerdo, hamburguesas gruesas de cinco, seis, y hasta ocho carnes apiladas con tomate, cebolla colorada, queso americano y tocino "inalterado", es decir, con toda su grasa sin escurrir. Los panes también están recubiertos con manteca de cerdo. Entre los "servicios" que el restaurant ofrece hay una promoción por la cual los clientes que pesen más de 350 libras (casi 160 kilos) comen gratis, y los que terminan una Hamburguesa "bypass" mayor que la triple (10 mil calorías, o más), tienen el llamativo privilegio de ser trasladados hasta su auto en una silla de ruedas, empujados por una o varias de las "enfermeras". La opción de bebidas incluye la Jolt-cola, que trae el doble de cafeína que una bebida cola normal y coca-cola embotellada en México, endulzada con azúcar verdadera. También venden cigarrillos sin filtro, licor de malta y vino de la marca francesa "fat bastard". Los postres mejor ni describirlos, porque es probable que el lector ya esté empezando a sentirse mal. 
Pero esto no se termina aquí. En la página web puede verse ahora un servicio de "spanking" por el cual los clientes que no se terminan su hamburguesa son literalmente castigados por una enfermera armada de una tabla para dar nalgadas. Estas golpizas son difundidas en la web, como una forma de promoción. 
Podría pensarse que un lugar así es una bomba de tiempo y que no podría seguir mucho tiempo más con sus puertas abiertas. Pero otro dato significativo es que el restaurant elige "referentes" para publicitarse, hombres obesos que utilizan como portavoces. Uno de ellos, Blair River, murió a los 29 años de una neumonía, pesando 261 kilos. Consultado por los medios, Jon Basso, ideólogo y dueño del restaurante, dice: "no lo niego, si hubiese sido más flaco hubiera sobrevivido". Indignado, el entrevistador arremete: "se puede esgrimir el argumento de que tú usaste a este tipo en vida, y que ahora estás utilizando muy morbosamente su muerte para continuar promocionando tu restaurante", a lo que el dueño responde, "estoy absolutamente de acuerdo, y en una forma enfermiza su muerte está llevando nuestro mensaje más lejos ". Basso declara que Estados Unidos necesita una terapia de shock para curar su obesidad epidémica: "Debo de ser el único dueño de un restaurante en el mundo que está diciendo sin reparos que su comida hace mal, que te va a matar y que deberías mantenerte alejado de ella". 
Una semana después de la muerte de River, el establecimento ya tenía otro vocero mastodóntico, que relataba orgulloso: "mi cardiólogo y mi mujer me dicen que no venga a este lugar, y después de haber sobrevivido a un coma, y de haberme expuesto a varias cirugías cardíacas, todavía vengo. Disfruto mucho de las hamburguesas". Las víctimas de The heart-attack grill seguramente sean incontables, pero de algunas hay registros claros: un cliente sufrió un ataque al corazón luego de ingerir una hamburguesa triple; luego de la muerte de River, un segundo portavoz de 52 años, John Alleman, murió de un aparente ataque al corazón en una parada de ómnibus luego de salir del establecimiento. Otra mujer perdió el conocimiento en el local, mientras comía una hamburguesa doble, a la vez que bebia y fumaba. 
Una ex-anfitriona aseguró mediáticamente que Basso le habia ordenado grabar un video de un hombre que se desmayó, con la intención de explotarlo mediáticamente. Pero esto no es nada: Basso mismo apareció en Bloomberg TV en un programa televisivo exhibiendo una bolsa que, aseguraba, tenía los restos cremados de un cliente que había muerto de un repentino ataque al corazón. 
Ahora bien, ¿por qué la parrillada sigue funcionando a pesar de todo esto? Lo cierto es que Basso cumple con todos los estándares de calidad, y su restaurante tiene enormes carteles en la puerta que dicen: "Precaución: ¡Este local es malo para su salud!" y "Como puede morir antes de que cobremos el cheque, sólo aceptamos efectivo." Basso, gran cínico que está ganando mucho dinero, sabe que no le está colocando una pistola en la sien a los consumidores, que no existen leyes en el estado que puedan afectarle, y que si cerraran su local también deberían cerrar el de las grandes multinacionales que hacen exactamente lo mismo aunque con disimulo. 
Las adicciones suelen tener un componente placentero. Pero en muchos casos quizá no se trate de un placer real, sino de uno aderezado con dosis de artificio: la ilusión invocada de que hay cierto "status", "gracia", o "viveza" en arriesgarse a ese consumo. The heart-attack grill quizá sea un símil local a los deportes extremos y esa es precisamente su intención, capitalizar una pulsión de muerte y revestirla con un envoltorio atractivo. La ironía de que sea justamente Estados Unidos el país en que florezca una iniciativa de este tipo es que ¿cómo podría recriminársele a un restaurante el hecho de lucrar con la muerte cuando la industria armamentística, uno de los principales pilares de su economía, juega en el mismo terreno?

Publicado en Brecha el  8/11/2013