jueves, 29 de noviembre de 2018

Bohemian Rhapsody (Bryan Singer, 2018)

Crisis de intensidad 


Muchos fueron los problemas ocurridos durante el rodaje de esta película, siendo el principal el despido por parte de la Fox del director acreditado Bryan Singer (Los sospechosos de siempre, Operación Valkiria). Según varias declaraciones, Singer tuvo grandes diferencias creativas y encontronazos con el resto de la producción, a los que se sumaron sus llegadas tarde, desapariciones del set, problemas de salud de uno de sus familiares y, por si fuese poco, un juicio por haber abusado sexualmente de un menor. Como sea, Singer abandonó la filmación y fue sustituido en determinado punto por el menos experiente Dexter Fletcher. Este dato no tendría importancia si no fuese algo que, en cierto punto, parece haber tenido su efecto en los resultados. Una película que comienza poniéndonos en los zapatos de Freddy Mercury (lo seguimos de cerca con un notable plano secuencia al ritmo de “Somebody to Love”), pero que en varias ocasiones pierde la perspectiva empática y la cercanía, tanto con el protagonista como con el resto de los personajes. 
El guion sigue una historia bastante manida en el que se suceden algunos lugares comunes de las biopics. Poco falta en este recorrido de 134 minutos: están las referencias a la familia y a la vida previa del vocalista Freddy Mercury, los Inicios de la banda, su romance, los intercambios con productores, los procesos creativos, las fiestas descomunales, la crisis egomaníaca, el SIDA, las peleas, la homosexualidad. Varios micro-conflictos van siendo desperdigados a lo largo del relato con desigual eficacia; como en tantas otras biopics, impera la sensación de abarcarse mucho apretando poco, aunque varias licencias narrativas dan impulso a la narración tomando distancia de los hechos reales. 
La banda británica Queen nunca sufrió una separación tal como se plantea en la película. Cerca de 1983, luego de haber estado de gira durante una década, todos los integrantes habían perdido un poco el entusiasmo y acordaron tomarse un descanso, centrándose varios de ellos en sus carreras como solistas. Por tanto, no existió ese gran conflicto entre los integrantes, ni tampoco esa “reunión” previa al concierto Live Aid. De hecho, cuando ese recital tuvo lugar, ya habían grabado y lanzado, el año anterior y en relativa armonía, su disco The Works. Asimismo, lo relativo a la enfermedad de Mercury también diverge: si bien el vocalista se enteró de haberla contraído en 1987, no lo reveló oficialmente hasta un día antes de su muerte, en 1993. 
Pero el mérito fundamental del accidentado libreto es que los grandes clímax no acontecen en esta progresión dramática ficcional, sino en los momentos musicales. Y es allí que esta película, repleta de altibajos, adquiere verdadero vuelo e intensidad: en esos momentos en que la música estalla y, como en un buen videoclip, poderosas imágenes se suceden en un tour de force frenético, visceral y luminoso. La esmerada reproducción de ese toque monumental en Wembley (de unos quince minutos de duración) suponen una inyección de energía lo suficientemente contundente como para dejar a la audiencia inevitablemente conforme, y con más ganas de seguir escuchando a Queen.

Publicada en Brecha el 23/11/2018

1 comentario:

Unknown dijo...

Me parece que te centrás en un cambio de director que no se nota y en el contrapunto entre lo que pasó y lo que muestra la película. Es un film extraordinario que apunta a lo emocional del espectador y con la gran ayuda de la música nos atraviesa el corazón. El proceso de creación de cada uno de los temas más famosos desde las primeras frases hasta el resultado final y su notable establecimiento sumado a la recepción entusiasta del público (a pesar de las caras de orto de los editores),suman una emoción detrás de la otra y el final en Wembley es apoteósico. Un poco the life of Pi, un poco Inglorious Basterds te digo: No importa si las cosas fueron así o es totalmente un invento, una ficción. ¡Pero que magnífica ficción!
Comentario aparte merece el trabajo actoral de su protagonista: Llegar a "ser" Freddy Mercury y que al espectador NO LE IMPORTE, no es moco de pavo. Opino que es la mejor actuación que he visto en décadas de un actor que prácticamente trabajaba en películas olvidables y anodinas y que tiene que haber "dejado la vida" en la construcción de tan complejo personaje.
Amante de la trayectoria de Queen durante años gracias a la influencia de mis queridos hijos, me lloré todo de la emoción. Si Freddy hubiese podido ver su reencarnación y cómo se cuenta la historia de su pasaje por este mundo estaría orgulloso y feliz. Saludos.