viernes, 18 de enero de 2019

El vicepresidente (Vice, Adam McKay, 2019)

Una biopic diferente 


Una despiadada e hilarante biografía del político republicano Dick Cheney es una de las más originales y sorprendentes películas que Estados Unidos ha dado en los últimos años. Sí, es cine masivo de entretenimiento y cuenta en su elenco con varias de las más célebres estrellas de Hollywood, pero al mismo tiempo se trata de un filme incisivo y comprometido, en el que se entrecruzan notablemente la comedia y el drama, la ficción y el trabajo documental. 

En España la titularon El vicio del poder y no sin razones, ya que en rigor el título original Vice refiere no solamente a la figura del vicepresidente, sino a ese “vicio” por querer abarcarlo todo, por acaparar tareas; en este caso ganar espacios de poder, acaparar la mayor cantidad de centros de influencia y dirigir las principales decisiones políticas desde el seno del gobierno de Estados Unidos. El adicto en cuestión fue un personaje nefasto: el “segundo” de George W Bush, Dick Cheney. 
La película comienza en un punto clave: el momento en que Cheney toma personalmente una de las decisiones fundamentales durante los ataques terroristas del 11 de setiembre, sorprendiendo a varios de los oficiales y al staff de la Casa Blanca, que se encontraba junto a él. Cheney dejaba en evidencia su capacidad para tomar decisiones clave, así como su avezada frialdad para hacerlo, al tiempo que colocaba de revés una idea instalada en el país desde hace centurias; un secreto a voces que circundaba desde siempre los ámbitos políticos: que el vicepresidente no servía para nada. John Garner, quien fuera electo para vicepresidente por dos períodos entre los años 1932 y 1940, había llegado a decir incluso que “el cargo no valía una cubeta de orina tibia”. 
Luego de la abrupta introducción, un gran flashback llevará a comprender el proceso por el cual Cheney, operario del tendido eléctrico y ex alcohólico que abandonó la universidad, comenzó su ascenso político en el partido republicano y a ganarse paulatinamente la confianza de sus correligionarios. En un recorrido de más de cinco décadas de historia política estadounidense, el director y guionista Adam McKay acompaña –en un tono que oscila entre la ficción y el documental, el drama y la comedia más delirante– un ascenso en el que no escasean los abusos de poder, la manipulación, la mentira, las negociaciones turbias y todo tipo de trampas legales para convertirse en la persona con mayor poder de decisión de la Casa Blanca. 


Hace ya 16 años Michael Moore proponía, con su notable Bowling for Columbine, una original y entretenida forma de abordar un documental, y para ello echaba mano a un buen arsenal de recursos cinematográficos que incluían giros humorísticos, escenas musicalizadas, animación y, sobre todo, un sarcasmo constante. Esta película se sirve del mismo tono, con la gran diferencia de que se trata de una recreación ficcionada y libre, con grandes estrellas en su elenco (Christian Bale, Amy Adams, Sam Rockwell, Steve Carell) y nada menos que Brad Pitt como productor. Por tanto, es probable que obtenga beneficios de taquilla mucho mayores que los de cualquier documental. 
Adam McKay se dio a conocer como un notable director de comedias (Step Brothers y The Other Guys) hasta que filmó la excelente La gran apuesta, en la que retrató la crisis bursátil de 2008 desde una perspectiva impensable, abordando un suceso real que, desde el absurdo, demostraba la falta de escrúpulos imperante en el mundo financiero y exponía la forma en que un reducido grupo de visionarios logró prever la crisis y, cual animales carroñeros, obtener inmensos beneficios de la desgracia generalizada. 
Adam McKay vuelve una vez más a la historia reciente de su país, pero esta vez se sitúa de lleno en el centro de decisiones de Washington, exponiendo las atrocidades que Cheney cometió durante los años de mandato de Bush (atención, siguen spoilers). La película trae a colación elementos más bien conocidos, como el hecho de que Cheney fue, justo antes de llegar a la vicepresidencia, ejecutivo en jefe (CEO en la jerga inglesa) de Halliburton, empresa de yacimientos petrolíferos, y que, oh casualidad, fue uno de los principales impulsores de las invasiones a Afganistán e Irak. Pero es en otros tejes y manejes menos conocidos que la cuestión se pone aun más peliaguda: Cheney vio una oportunidad para acaparar más control a través de la llamada “teoría del Ejecutivo unitario”, por la cual el presidente tiene el poder de controlar todo el poder ejecutivo, y así comenzó una serie de artimañas para volverse un tipo cada vez más influyente. La película lo señala, además, como responsable de las escuchas telefónicas llevadas a cabo por la Agencia de Seguridad Nacional (NSA por sus siglas en inglés) o de las torturas a prisioneros de guerra, nombradas con el eufemismo de “técnicas de interrogación mejoradas”, e incluso como responsable indirecto de la creación del ISIS. En un momento notable, se recrea la comunicación propagandística de la vicepresidencia, siempre dispuesta a cambiar las etiquetas para “vender” campañas terroríficas: así, ante la intención de suprimir un impuesto estatal a las herencias de millonarios pasaron a llamarlo “impuesto a la muerte”; el calentamiento global pasó a ser simplemente “cambio climático”. 
Pero el director y guionista Adam McKay no podría haber hecho esta película sin haber realizado previamente una investigación exhaustiva, la necesaria para recrear un cuadro cabal, sin fisuras ni errores que pudiesen derivar en complicaciones legales. Ningún espectador podrá dudar de que se trata de una mirada sesgada, ácida, repleta de sarcasmos respecto a la figura del vicepresidente –de hecho, eso está claro desde el primer fotograma, en el que un letrero en la pantalla señala la constante negativa de Cheney a dar entrevistas: “No podría ser más cierto que Dick Cheney es uno de los líderes más reservados de la historia estadounidense. Pero hicimos lo que pudimos” (“we did our fucking best”, dice, para ser exactos)–, pero en cuanto a los datos duros utilizados en la película, difícilmente puedan ser refutados. Para su trabajo, el realizador se embebió de toda biografía, reportaje, entrevista y grabación a que pudo acceder, contrató a una periodista para que entrevistara a personas de los círculos cercanos a Cheney, y a un grupo de especialistas para que contrastaran datos y verificaran en detalle cada línea del guion. Según palabras de McKay: “Traté el libreto como si fuera un riguroso artículo periodístico. Al final todo salió muy bien y sólo hay dos escenas en esta película, en las que dos personas hablan dentro de una habitación, donde no sabemos lo que se dijo en realidad. Una es el momento en el que Dick está en la cama con su esposa, para la que utilizamos un diálogo shakespeariano. Y la otra es cuando despide a Donald Rumsfeld”. 


Es lógico que una figura tan poco glamorosa como Cheney, con su hablar cansino y pausado y su total falta de carisma, haya logrado pasar desapercibida, operando desde las sombras, sin despertar mayor interés mediático y ante un electorado más aficionado a personalidades glamorosas. Esto incluso se condice con ese discurso predominante que señala que la política es aburrida, premisa ideal para que los gobernantes operen tranquilamente y sin una opinión pública inmiscuida en sus decisiones. Lo más sobresaliente del abordaje de MacKay es, justamente, haber encontrado la forma de centrarse en la política y en un tedioso personaje, y hacerlo con un formato sumamente atractivo, con buen ritmo, excelente humor, una gran dirección de actores y, sobre todo, con una envidiable claridad para exponer temas complejos, logrando así que la audiencia se involucre en una trama que, además de ser entretenida e hilarante, se torna a la vez crecientemente grave y hasta indignante. El vicepresidente es una película imprescindible y necesaria, y de esas capaces de hacer que la gente reflexione sobre temáticas que quizá nunca antes hubiese considerado interesantes. Es probable que Trump en la presidencia haya sido una razón de peso para que muchas grandes figuras de Hollywood se pusieran las pilas y decidiesen posicionarse volcándose a un cine político inteligente, comprometido y enfáticamente crítico.

Publicada en Brecha el 18/1/2019

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