martes, 27 de octubre de 2020

Amanda (Mikhaël Hers, 2018)

El duelo responsable

Últimamente el cine viene tocando con acierto la temática del abandono materno, esa situación en la que una madre abrumada decide «desaparecer», dejar a sus hijos y pasar a vivir alejada de ellos. Es el tema central de la francesa Nos batailles, de la argentina La omisión, de la canadiense Maman est chez le coiffeur, y vuelve a ser tocado en esta película, aunque sólo parcialmente y como algo pasado, no central para la trama. Pero, sin dudas, es uno de los elementos que nos llevan a entender los conflictos pasados de David, el protagonista, abandonado por su madre cuando él y su hermana eran pequeños. También hay otras dos figuras ausentes en el rompecabezas familiar: su padre (fallecido hace ya un tiempo, cabe suponer) y el padre de su sobrina Amanda (estratégicamente desaparecido luego de haber nacido su hija). Así, se entrevé que la ruptura, la descomposición y los traumas derivados de ellas son cíclicos en la familia. Pero el conflicto central se precipita a los 25 minutos de metraje cuando, en un atentado terrorista, la hermana de David es baleada de muerte, por lo que Amanda queda a su cuidado. Léna, la muchacha con la que David recién comenzaba a salir, es otra de las víctimas y es hospitalizada con heridas graves. Con veintipocos años, David queda sumido en un dolor profundo (se entiende que, luego de las ausencias paternas, su hermana haya sido un sustento emocional para él) y, al ser la figura familiar más cercana de su sobrina Amanda, debe afrontar la responsabilidad de oficiar como padre sustituto.

Quizá la parte molesta sea esa tendencia tan propia del cine francés actual de plantear personajes que se presentan como paradigmas de comportamiento, ejemplos de un accionar idóneo, estandartes de los últimos hitos de corrección moral (siguen spoilers). Así, lejos del tipo neurótico, David se aparta de Léna respetuosamente cuando ella le pide un tiempo para estar sola y, ante la posibilidad de adoptar a la niña o de legársela a su tía, decide ser su tutor definitivo. Finalmente, se sobrepone a su resentimiento y a sus pensamientos negativos respecto a su madre ausente y simplemente accede a tener un diálogo adulto y respetuoso con ella en un parque, sobre el final del metraje.

Las bajadas de línea son unas cuantas y serían más que suficientes para arruinar la película, pero los méritos también abundan y las compensan sobradamente. La evolución de los personajes es sutil, paulatina y creíble, hay interpretaciones sumamente sólidas (sobre todo el de la pequeña Isaure Multrier en el papel de Amanda) y abundan las escenas eficazmente emotivas en las que las sensaciones de duelo, pérdida insalvable o dolor profundo se vuelven casi palpables (siguen más spoilers). Imposible que no quede grabada a fuego en la memoria esa niña llorando, inconsolable e incapaz de emitir una sola palabra en plena noche. El final, en el que un partido de tenis opera como catarsis y como metáfora al mismo tiempo, es una escena excepcional.

Publicado en Brecha el 16/10/2020

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