Al igual que la también notable e independiente Keane (Lodge Kerrigan, 2004), esta película se centra en un hiperactivo personaje que llama constantemente a la incomodidad. Pero si el protagonista de Keane merecía ser puesto en un psiquiátrico de inmediato, el aquí presente es un hombre más bien sociable, simpático, exitoso con las mujeres, un trabajador perfectamente integrado a la sociedad en la que vive. Pero eso no quita que sea una persona con problemas. Como padre divorciado sólo le está permitido ver a sus hijos durante quince días en un año, sus amistades parecen exasperarse con algunos de sus comportamientos –exceptuando quizás, los que son tan inmaduros como él-, y sus novias aparentan ser ocasionales y efímeras. Podría decirse que es de la clase de personas que, a la larga, termina sacando de quicio a cualquiera.
Como en otras películas recientes como Por tu culpa de Anahí Bernerí o Submarino de Thomas Vinterberg, se trata el tema de la responsabilidad paterna o, mejor dicho, la ausencia de ella, y al igual que en ellas se utiliza, con acierto, la irresponsabilidad crónica como fuente permanente de tensión. Y es que Lenny, de 34 años, (un notable Ronald Bronstein) hace todo lo que un padre no debería hacer: expone a sus hijos de siete y nueve años a situaciones de riesgo, juega al squash con ellos, los manda al supermercado con cincuenta y cinco dólares en el bolsillo en un barrio en el que a él mismo lo robaron a punta de revolver –de aquí la despreocupada expresión “andá a buscar un poco de romero”, del título- y cosas peores. Pero su irresponsabilidad no queda solo en eso; también se refleja en la ausencia total de disciplina hacia ellos, en la imposibilidad para prever situaciones conflictivas, en su incapacidad para ponerse en sus lugares.
Los hermanos Ben y Joshua Safdie se inspiraron en experiencias propias con su padre para filmar esta película, y aseguraron haber hecho un gran esfuerzo para recordar muchos de los hechos que en ella fueron expuestos -quizá el que no haya visto el filme debería dejar de leer por aquí, ya que se cuenta el final-. La película parece ambientarse a comienzos de los noventa, y como en el inesperado desenlace, su mismo padre los secuestró, en su desesperada necesidad de estar junto a ellos. De todas maneras, hoy los hermanos dicen haberlo perdonado pese a su inestabilidad y a su ineptitud patológica y, en cierto sentido, la película también es un homenaje y una declaración de amor. Los directores logran que no lleguemos a odiar a este personaje tan particular, cálido pese a todo, preso de sí mismo y de las circunstancias adversas que lo dominan. Con altura y haciéndole justicia a su maestro John Cassavetes, los jóvenes hermanos logran despertar interrogantes sin respuesta acerca de este amable, ciclotímico, indigesto, contradictorio ser, grande como la vida y cuestionable como todos y cada uno de nosotros.
Como en otras películas recientes como Por tu culpa de Anahí Bernerí o Submarino de Thomas Vinterberg, se trata el tema de la responsabilidad paterna o, mejor dicho, la ausencia de ella, y al igual que en ellas se utiliza, con acierto, la irresponsabilidad crónica como fuente permanente de tensión. Y es que Lenny, de 34 años, (un notable Ronald Bronstein) hace todo lo que un padre no debería hacer: expone a sus hijos de siete y nueve años a situaciones de riesgo, juega al squash con ellos, los manda al supermercado con cincuenta y cinco dólares en el bolsillo en un barrio en el que a él mismo lo robaron a punta de revolver –de aquí la despreocupada expresión “andá a buscar un poco de romero”, del título- y cosas peores. Pero su irresponsabilidad no queda solo en eso; también se refleja en la ausencia total de disciplina hacia ellos, en la imposibilidad para prever situaciones conflictivas, en su incapacidad para ponerse en sus lugares.
Los hermanos Ben y Joshua Safdie se inspiraron en experiencias propias con su padre para filmar esta película, y aseguraron haber hecho un gran esfuerzo para recordar muchos de los hechos que en ella fueron expuestos -quizá el que no haya visto el filme debería dejar de leer por aquí, ya que se cuenta el final-. La película parece ambientarse a comienzos de los noventa, y como en el inesperado desenlace, su mismo padre los secuestró, en su desesperada necesidad de estar junto a ellos. De todas maneras, hoy los hermanos dicen haberlo perdonado pese a su inestabilidad y a su ineptitud patológica y, en cierto sentido, la película también es un homenaje y una declaración de amor. Los directores logran que no lleguemos a odiar a este personaje tan particular, cálido pese a todo, preso de sí mismo y de las circunstancias adversas que lo dominan. Con altura y haciéndole justicia a su maestro John Cassavetes, los jóvenes hermanos logran despertar interrogantes sin respuesta acerca de este amable, ciclotímico, indigesto, contradictorio ser, grande como la vida y cuestionable como todos y cada uno de nosotros.
Publicado en Brecha el 17/6/2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario