jueves, 9 de enero de 2020

Star Wars: El Ascenso de Skywalker (Star Wars: Episode IX - The Rise of Skiwalker, J. J. Abrams, 2019)

Tensión al 25% 


Hace ya 42 años que, con grandes dosis de creatividad y audacia, George Lucas daba inicio a una de las sagas más influyentes y representativas del cine hollywoodense. Desde entonces, muchísima agua ha pasado por abajo del puente; un par de décadas después la franquicia continuó con una segunda trilogía bastante floja (1999-2005) en la que Lucas demostraba que la mayor parte de su talento tras de cámaras se había extinguido, y que enfrió los ánimos de los productores durante un buen tiempo. Pero en el 2015 Star Wars renació de la mano de Disney (que compró el 100% de las acciones de la productora Lucasfilm Ltd.) y del productor y director J.J. Abrams, quien tuvo el buen criterio y la inteligencia necesarias como para colocarla de nuevo en sus carriles. Desde entonces el boom y los millones de fans, que permanecían latentes, resurgieron y se potenciaron, así como comenzaron a lanzarse todo tipo de historias asociadas con este oportuno y multimillonario producto: spin-offs, nuevas series y programas de televisión, novelas, historietas, videojuegos, juegos de rol, etc. 
Esta película vendría a ser el episodio IX, la última entrega de la última trilogía, pero no conviene engañarse, ya que habrán muchas más. Ya están anunciadas a futuro dos trilogías más y, probablemente, unos cuantos spin-offs
El planteo adolece de varios de los problemas acontecidos desde la llegada de Disney. En primer lugar, hay aquí un factor mágico que, si bien es algo inherente a la saga desde sus inicios, en las últimas tres películas se vio potenciado. Antes, la comunión con “la fuerza” era una habilidad casi mística y sumamente difícil de dominar para un jedi, pero en ningún caso daba grandes superpoderes a sus usufructuarios. Desde el anterior episodio da nada menos que la posibilidad de sobrevivir a explosiones, de volar a través del cosmos, así como el poder de revivir y, en caso de que uno ya esté muerto definitivamente, de seguir empleando sus facultades (como mover a antojo una nave espacial), desde el más allá. Todo esto supone un distanciamiento de cierta base terrenal, por la cual ciertos daños eran irreversibles, y los que morían lo hacían definitivamente (aunque se aparecieran de vez en cuando como figuras fantasmales y casi oníricas). 
En segundo lugar, y muy vinculado con esto último, Disney parece haber rebajado aún más ciertas situaciones de tensión o riesgo extremos. Esto tiene que ver con un planteo mucho más light, por el cual no parece existir una amenaza real sobre los personajes. De hecho, viendo la película fríamente, uno podría creer que los protagonistas son mucho más sanguinarios que sus enemigos; mientras los “buenos” asesinan sin miramientos a decenas de storm troopers con sus rayos láser, estos últimos deciden apresarlos civilizadamente, sin golpearlos ni torturarlos y, sobre todo, sin ejecutarlos en el acto (lo que deberían hacer, vista su condición de antagonistas potencialmente peligrosos). De la misma manera, durante una persecución sobre vehículos en el desierto, los únicos con la capacidad de sobrevivir a los ataques son los protagonistas, quienes hasta caen de una pieza luego de que su vehículo explota. Es verdad que todo esto es típico en esta clase de producciones familiares, pero en definitiva le resta emoción y riesgo a las situaciones. 
Cierto es que se trata de una película disfrutable, con una historia bien hilada, con buen ritmo, logrados efectos visuales y sonoros, personajes atractivos y muchos guiños para los fans, pero también se echa en falta mucho de aquella audacia, frescura y riesgo iniciáticos. Algo por cierto lógico, tratándose ya de una decimotercera entrega cinematográfica de un sobre-exprimido universo mainstream.

Publicado en Brecha el 3/1/2020

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