El ocaso de Hollywood
Al final de una ceremonia
bastante anodina, en la que ninguna de las premiaciones escapó mucho a lo esperable,
ocurrió algo que conmocionó a todos. La película surcoreana Parásitos, de Bong Joon-ho, se llevó el
premio a mejor película, algo que escapaba a los pronósticos, más inclinados a
que ganaran 1917, Guasón o Había una vez en Hollywood. El logro no sólo es histórico (es la
primera vez que una película de habla no inglesa gana el máximo galardón de la
noche) sino que es un golpe terrible para la industria hollywoodense, siempre
acostumbrada a ser la única ganadora en un juego de reglas autogeneradas y
diseñadas para sí misma. La ceremonia de los óscar siempre fue una celebración
de la misma industria, prácticamente cerrada y sellada al cine producido en
cualquier sitio del mundo que no sea Estados Unidos.
El mérito de Bong Joon-ho no es nada menor. Así como los personajes de Parásitos “burlan” el sistema y logran
infiltrarse en la lujosa vivienda de una familia acaudalada, de la misma forma
él encontró la fórmula cinematográfica para “infiltrarse” en la academia,
seducir a los mismos integrantes de la misma y ganarle a la mismísima industria
como visitante, sin siquiera tener que hacer a sus personajes hablar en inglés
(al parecer, ni él mismo se molestó en aprender el idioma). Cómo fue que ocurrió
el milagro es algo digno de análisis, y de lo cual vale la pena especular.
Que Parásitos haya ganado también en las categorías de guion original, película
internacional, y mejor director, estaba dentro del margen de lo esperable. El
año pasado Cuarón se llevaba también el oscar a mejor director y, sin ir más
lejos, en esta década se hicieron con el mismo Alfonso Cuarón, Guillermo del
Toro, Alejandro González Iñárritu (dos veces), Ang Lee, Michel Hazanavicius y
Tom Hooper, por lo que el galardón ya parecería específicamente reservado para
los extranjeros, pero ¿cómo fue posible que una mayoría de estadounidenses se
volcaran a votar, como mejor película del año, a un filme surcoreano?
Quizá podamos explicar lo
sucedido con dos puntos. En primer lugar, desde hace mucho tiempo no veíamos una
tan sólida lista de nominadas a mejor película. Al no haber una clara
superioridad de ninguna de ellas, es probable que el espectro de votantes se
haya volcado parejamente hacia unas u otras, volviendo la contienda aún más
peleada e interesante. Había grandes fanáticos de Joker, de 1917, de Había una vez en Hollywood, de Jojo Rabbit y de El irlandés, pero Parásitos,
a diferencia de todas ellas, es una película que genera adhesiones más tibias
en todos los espectros. Así, es probable que algunos veteranos hayan votado El irlandés como su número uno, pero a Parásitos como su número dos, y de la
misma manera, quizá algunos votantes jóvenes hayan optado por votar en primer
lugar a Jojo Rabbit y en segundo a Parásitos. En la sumatoria de muchos
números dos más algunos número uno, la matemática puede haber jugado a favor de
esta película. Muchas veces no es la favorita, sino el denominador común quien
termina ganando la contienda.
En segundo lugar, en los últimos
años hubo una gran renovación de los integrantes de la academia. En parte gracias
a las presiones de ciertos colectivos (de mujeres, de negros) que denunciaron
estridentemente su falta de representatividad, la academia se volcó
presurosamente a un importante recambio, buscando que ingresaran especialmente
integrantes de los colectivos históricamente discriminados. Hoy, luego de los
nuevos ingresos, el número de votantes de la academia asciende a más de ocho
mil, una cifra récord. Y el recambio ha dado un aire de frescura mayor a la
ceremonia: los nominados a mejor película han sido, este año, mucho más sólidos
que en otras ocasiones.
Como sea, es una sorpresa
espectacular: Parásitos es una
película que habla del capitalismo, de las brechas sociales, de la fobia a los
pobres, de la imposibilidad de ascenso social, pero además es un óscar merecido
para el cine de un país que viene obsequiando en las últimas décadas películas
descollantes; se trata solamente de la punta de un iceberg cinematográfico que
supera a Hollywood en casi todo nivel: cine de autor, cine histórico, drama,
comedia, terror, aventuras, fantasía. Sólo hace falta asomarse a títulos como Burning, Train to Busan, A Taxi
Driver, Monstrum, On the Beach at Night Alone, The Outlaws, The Handmaiden, Default,
Midnight Runners y Hotel by the River para comprobarlo,
por nombrar sólo títulos de los últimos cinco años. Corresponde señalar que la
industria de Corea del Sur es hoy el quinto mercado cinematográfico del mundo,
y se ha construido gracias a un sólido apoyo del Estado a su cine desde hace
décadas, con cuotas de pantalla, importantes estímulos a los jóvenes cineastas
y leyes de incentivo a la producción local.
Volviendo a la ceremonia, nada de
lo visto a lo largo de la noche escapó a lo predecible. Prácticamente todos los
demás ganadores habían arrasado con otros premios previamente, por lo que no
era difícil seguir el historial reciente de cada uno para llegar a la
conclusión más lógica. Este cronista hubiese deseado un óscar para Joe Pesci o
para Leonardo Di Caprio –por sus impresionantes interpretaciones en El irlandés y Había una vez en Hollywood–, e incluso otro para la que es en
realidad la mejor película de todas las competencias, Honeyland, de Macedonia del Norte, que también había logrado una
nominación histórica (fue la primera en ser nominada a mejor documental y a
mejor película internacional simultáneamente).
En cuanto a la ceremonia en sí,
es de agradecer que se haya disminuido su largo de duración, frente a las
cuatro horas y 23 minutos que duró en 2002, hoy pasó a durar tres horas y 32
minutos, ahorrándonos a los espectadores muchísimas introducciones
innecesarias, chistes y largas presentaciones de cada una de las películas
nominadas. Se vio una entrega de premios más dinámica, e incluso mucho más
aggiornada que en años anteriores, con interpretaciones de Billie Eilish y
Eminem y un humor más acertado. La presentación de Kristen Wiig y Maya Rudolph
fue de las mejor preparadas en muchos años, y de lejos los minutos más graciosos
de la noche. Un momento sumamente emotivo se dio cuando Bong Joon-ho rememoró
sus años de estudiante y citó una frase que lo marcó: “Lo más personal es lo
más creativo”. Luego señaló la autoría de la frase, señalando a Martin Scorsese,
quien también estaba nominado. La totalidad del auditorio, que se acababa de
sentar luego de que Bong recibiera el premio, volvió a pararse para ovacionar
al maestro. Un buen premio consuelo, ya que El irlandés no se llevó ningún galardón. Luego, Bong Joon-ho se
dirigió a otros de sus maestros, Quentin Tarantino, y le agradeció el hecho de que,
cuando nadie en Estados Unidos sabía quién era, él siempre incluyera a Bong en
la lista de sus directores favoritos.
Los discursos políticos fueron
sumamente tibios, aunque es realmente curioso que se haya colado una cita al
Manifiesto comunista de Marx y Engels: “Trabajadores
del mundo, uníos”, dijo al final de su discurso la documentalista Julia
Reichert, luego de obtener el óscar por su brillante documental American Factory (disponible para ver
en Netflix). Cuando recibió su premio por mejor actor secundario, Brad Pitt
señaló que le dieron 45 segundos para agradecer, pero que eso fue más tiempo
del que le ofrecieron al exasesor de seguridad nacional, John Bolton, esa misma
semana. El actor se refería al bloqueo del Senado al testimonio de Bolton,
durante el impeachment a Donald
Trump. Finalmente, el discurso más confuso en este sentido fue el de Joaquin
Phoenix, quien se manifestó en contra de la injusticia en todas sus formas,
olvidando que hubiese sido mucho más efectivo y contundente si se hubiese
focalizado en un solo tema. Es en momentos como este que se echa en falta a
Michael Moore.
Por fortuna, no hubo en la noche
grandes injusticias o premios indignantes. Bueno, quizá sí, pero más bien pocos.
La ganadora Hair Love probablemente
haya sido la peor de las nominadas a mejor cortometraje animado, compitiendo
con Kitbull, una notable producción
de Pixar, y varios otros sobresalientes cortos de diversas partes del mundo.
Aquí probablemente haya pesado la corrección política, ya que Hair Love es un cortometraje dirigido y
producido por negros, que cuenta la historia de una niña y su familia, con el
flagelo del cáncer incluido. Otro de los oscars más discutibles fue a la
canción “(I’m Gonna) Love Me Again” de Elton John; el cantante y compositor
británico podría merecerse muchos óscars, pero no justamente por ese tema,
quizá el peor en competencia. Aquí puede haber otra explicación: Elton John
organiza todos los años una gran fiesta luego de la ceremonia, a la cual invita
a los participantes y a todo tipo de celebridades. No es una mala idea para
ganarse la simpatía y los votos de unos cuantos.
Publicada en Brecha el 14/2/2020
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